‘The Rider’: La realidad que no quiere convertirse en ficción

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Chloé Zhao ha elaborado un relato –que en parte ya venía hecho- que reflexiona de forma profunda sobre la pérdida en muchas de sus dimensiones. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

Tras unos meses desestimando el hype que algunos compañeros intentaban inculcarme por The Rider, esta sospechosa insistencia queda justificada desde las primeras imágenes del film. Cuando uno ya pensaba que el año indie terminaría con Lucky manteniendo su dominio en lo más alto, llega la cineasta china Chloé Zhao y te tumba todos estos parámetros en un segundo. Culpa mía supongo. Y eso que uno tuvo la oportunidad el mes de marzo pasado en el Festival Americana y la desestimó para centrarse, sin arrepentirse –solo un poco-, en la Sección Next.

La historia que hay detrás de la elaboración de ésta obra merece la pena ser contada. De hecho, no pienso leer ninguna reseña de ningún medio que no incluya esta característica. Pienso que es fundamental para encarar el film y para reconocer, aún más, el valor artístico y documental que lleva consigo.

El caso es que mientras Zhao rodaba su primer largometraje, Songs My Brothers Taught Me, en la Reserva India de Pine Ridge en 2013, conoció a un grupo de vaqueros Lakota. La directora quedó fascinada por esta gente que vivía con un peculiar estilo de vida vaquero. No fue hasta el 2015 que Chloé no conoció a Brady Jandreau, un vaquero Lakota de 20 años miembro de la tribu sioux Lower Brule, y que hoy conocemos como el protagonista de ‘The Rider’ –con el apellido cambiado a Blackburn-. Los meses después de este primer encuentro marcan lo que también podríamos considerar como la sinopsis del film.

Brady, con un prometedor futuro en el rodeo, cae de su caballo durante un concurso y éste le pisa la cabeza, hecho que le lleva a estar tres días en coma y a desarrollar unas lesiones internas graves. Además, queda con una gran cicatriz y una placa de metal en la cabeza. Chloé visita entonces al vaquero y mantienen una conversación que empuja a la directora chino-americana a hacer una película sobre la lucha de Brady por retomar su vida, la relación con su entorno y consigo mismo. Los personajes secundarios serían mayoritariamente parte del círculo familiar y amistoso del protagonista, que se interpretarían a sí mismos.

Y es quizás por esta implicación tan personal de todos los agentes, que el resultado es una cinta que roza la perfección. Aunque esto tampoco se entiende si no atendemos a la enorme calidad del equipo técnico y artístico. La complejidad de la mayoría de planos del film requiere una enorme capacidad artística que des de luego se denota en todo momento. La imagen, por comenzar, es exquisita de principio a fin, ayudada por la iluminación, que destaca en las escenas nocturnas. También la fotografía es exquisita, utilizando como recurso los llanos horizontes de Dakota del Sur y sus respectivas puestas de sol. Y qué decir de unos primeros planos –casi- constantes que obligan al espectador empaparse de los aspectos más profundos de cada personaje.

Todo este dominio técnico, sumado a la naturalidad con la que se desenvuelven unos personajes que no interpretan a nadie más que a sí mismos, se materializa en una escena memorable en el ecuador del film. Brady, en una cuadra, entrena un caballo en un plano secuencia excepcional. El dominio de los animales, más bien de los caballos, también es un aspecto a remarcar dentro de la sublimidad del film, que otra vez se vuelve a entender conociendo las características de la producción.

En referencia a los personajes, más allá del protagonista, sería necesario hablar de otros dos que desde un análisis propio redondean la narración. Uno es Lilly, la desconcertante hermana de Brady, que sufre síndrome de Asperger y mantiene una relación distante con su entorno. Por otro lado, Lane Scott, un joven que quedó muy tocado tras un accidente en un rodeo de toros y que sigue en un centro de rehabilitación sin poder hablar ni moverse. Estas dos figuras parecen ser para Brady dos espejos dónde mirarse, no con el fin de tomar ejemplo, sino por saber cuál es y debe ser su propio lugar.

Chloé Zhao ha elaborado un relato –que en parte ya venía hecho- que reflexiona de forma profunda sobre la pérdida en muchas de sus dimensiones. La pérdida humana, animal, física o vital. Y en consecuencia, y a modo de piedra angular, de la vida después de estas pérdidas. Sin duda una cinta exquisita, llamada a no ser olvidada por aquel que la visualiza, y a dejar huella con sus imágenes y su trasfondo emocional y sensible.

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