Por Ferran Calvet (Cinema Jove)

Nota: ★★★★☆

El verano pasado, unas semanas antes de recorrer la Ruta 66, quise empaparme de películas que trataran la Mother Road y acabé viendo el documental Almost Ghosts, de una tal Ana Ramón Rubio, hasta entonces desconocida para mí. Cuando la Ruta me llevó por los parajes más remotos, acabé en casa de uno de los protagonistas de aquel filme en la localidad de Erick (Oklahoma), quien tiene su barraca llena de recuerdos de visitantes que paran allí en su camino hacia Santa Mónica. Entre la leonera de papeles, pegatinas, trapos y souvenirs, se encontraba el cartel de la película, de la que no dudé en hablarle a Harley, el dueño. Me dijo que era la primera persona en cuatro años que le hacía referencia a aquello, y que tan si quiera recordaba si había llegado a ver el resultado final.

El solo hecho de esa conexión, al otro lado del Atlántico, con la película de Ana Ramón Rubio, ya era un motivo de peso para tener en cuenta su último trabajo, Bull Run, para la cobertura del Cinema Jove de València, que además estrena su nueva sección Òrbites con esa proyección, un espacio dedicado a propuestas de un corte menos convencional y, todo sea dicho, de producción local.

Batallitas personales a parte, el gran atractivo de Bull Run es que se presenta como la primera película tokenizada de la historia, que se financió en veinticuatro horas con la venta privada del token $BULL. El filme surge, nada más ni nada menos, de la adicción que su directora desarrolla durante el confinamiento por la compraventa de criptomonedas. ¿Quién no tiene algún amigo o conocido que no haya pasado por lo mismo? Si no lo tenéis, y siempre según la película, puede que este seáis vosotros.

A partir de material doméstico, entrevistas, gráficos, datos y material de making off, el documental aporta, por un lado, un análisis desenfadado del cambiante mundo financiero relacionado con las criptomonedas, y, por otro, una vertiente autobiográfica (y autoparódica) de la propia autora, que con un arrebatador sentido del humor cuenta su propia experiencia desde el momento que se engancha a este mundo hasta que termina la realización del filme. Este medio camino entre lo formal y lo irónico es lo que hace de Bull Run una cinta fascinante, una apuesta por un producto que huye de la rigidez formal y que se erige como una fresca y, hasta cierto punto, autocrítica narración de los efectos de caer en las garras de un mercado líquido y cambiante, que en cierta forma puede causar problemas similares a la ludopatía.

Lo que resulta imposible, a lo largo del metraje, es no echar unas cuantas carcajadas con el humor de Ramón Rubio, aunque cuando la película se adentra en lares más íntimos de la vida de la autora no faltan toques de dramatismo que no tardan en salvarse con más humor. Lo más pintoresco del documental, quizás, sea la canción exclusiva interpretada por Lory Money, Rich in bitcoin, otro de los atributos que hacen de Bull Run una cinta única: “Me hice rico en cripto, brrrr”.

Pese a que estamos delante de una película que acaba dando la sensación de que fue concebida como divertimento, y así se esfuerza en demostrarlo, se acaba echando de menos que alguien se pregunte, en algún momento, el motivo sociológico por el que las estafas piramidales y las monedas virtuales se hacen tan populares en un sector de la juventud, la mayoría influidos por un sentimiento de incertidumbre provocado por la pandemia, los constantes vaticinios de crisis económica y un acceso libre a la información en la red.

Por lo demás, Bull Run es un filme que se afana por no deber nada a nadie. Su reclamo no es el de hablar del mundo cripto entrevistando voces expertas ni el de presentar una solución al problema de la adicción al holdeo. Es por eso por lo que el mayor mérito de este filme es el de hablar de todo, pero a la vez de nada, y aun así tener un resultado final notable.

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