‘Matar cangrejos’: Antes de que lleguen los guiris

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Por Ferran Calvet (Festival de Las Palmas)

Una de las modas en el reciente cine español, son las coming of age veraniegas en las que sus personajes, separados de su zona de confort urbana, se ven abocados a un proceso de crecimiento y aprendizaje a través nuevas relaciones y experiencias. En los últimos años, cintas como Alcarrás, El agua o Libertad, han confirmado una tendencia que, por los recorridos festivaleros de las películas, nos indican que no solo son vistas con buenos ojos en la península, sino también fuera de ella. Pese a que el que suscribe estas líneas no aborreció ninguno estos tres precedentes, ver un nuevo filme de estas características en la cartelera provoca cierta desconfianza.

Aun así, el filme de Omar A. Razzak, Matar cangrejos, parece haber llegado a la filmografía patria para romper esta tendencia homogeneizadora de los dramas adolescentes veraniegos. Localizados en Tenerife, nos presenta a sus dos personajes, Rayco (8) y Paula (14), que como toda la isla esperan la llegada de Michael Jackson para el concierto. Con esta señal de apertura y desarrollo, y entre aviones que llegan y se van, los protagonistas viven bajo el control de su madre, que se queda embarazada de un guiri.

Precisamente, la influencia del guiri o del godo (así es como se llaman a los visitantes peninsulares en Canarias) es uno de los puntos centrales de la cinta, en una Tenerife que, aunque todavía no había sido entregada a la actividad turística, comienza a notar la presión del visitante externo. Unos años, los principios de los noventa, en los que, además, la España peninsular culmina su proceso de apertura hacia el mundo, con los Juegos Olímpicos en Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla. Desde esta perspectiva, Razzak plantea la historia en una España periférica (algo que nos evoca a El año del descubrimiento (2020) de Luis López Carrasco), pero que, a la vez, y paradójicamente, tiene en el estadio pre turístico su momento de más autenticidad.

En esta línea, Matar cangrejos contiene en su fondo una importante dosis de resignación, recubierta por la energía de sus jóvenes personajes, que no restan ajenos a la realidad. Paula, la hermana mayor, acude a modo de pasatiempo a las vallas del aeropuerto a “despedir” los aviones llenos de turistas que despegan de la isla, y en algunas ocasiones se acerca al parque temático en el que trabaja su madre a tirar huevos a los coches aparcados. A la vez, sus relaciones afectivas se presentan en estas tardes, en una historia que nunca abandona su vertiente más traviesa y subversiva, personificada, sobre todo, en su protagonista femenina, pero también en su hermano, al que se le suma una dosis de inconformismo naíf que le convierte en, quizás, el personaje más interesante.

De esta forma, Matar cangrejos rehúsa ser una transcripción de sus precedentes y se plantea como un filme fresco y de naturaleza auténtica, que trabaja la imagen de una isla de Tenerife que, aunque hoy ya no existe como tal, lucha por seguir manteniendo la esencia y la pureza de los años noventa.

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