‘Las Niñas’: película de época en pleno 1992

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A pesar de que la juventud era muy parecida a la de ahora, 1992 parecía mucho más moderno de lo que en realidad era. | Por Zep Armentano

Por Zep Armentano

Pilar Palomero empieza a pensar en las niñas cuando encuentra un cuaderno de religión con una redacción a Jesús, que le tocó escribir a los once años. «Me pareció que hubiera sido más bien el cuaderno de mi madre». La directora me explicó en una entrevista que el 92 parecía mucho más moderno de lo que en realidad era.

La ficción de su infancia tiene mucho de histórico, cuando Celia llega a la escuela, la cámara te dice «fíjate en el fondo». Y en el fondo, el contexto, Celia encuentra ambigüedades y contradicciones. Entre la televisión y la sociedad, entre la religión y la modernidad. Como si dijéramos, Celia estudia en Zaragoza en una escuela de monjas mientras pasa los ritos de la adolescencia con las amigas: el pintalabios, fumar, salir a la discoteca, tan confuso como pueda parecer.

Porque la Iglesia tenia todavía poder. Tumbaron la campaña de planificación familiar «Póntelo, pónselo». El sexo era tabú… Las revistas y la televisión, los únicos que soltaban prenda. Las Mamachicho eran un coro de veinte vedettes que cantaban semidesnudas en la televisión. «Tócame Chicho si mama no mira porqué si nos ve nos hace casar». Imaginarlo ahora es todo un cuadro. La libertad sexual iba a costa de la hipersexualización sin matices. La sexualidad solo dentro del matrimonio. Y a la mujer liberada, bueno, cuidado con ella.

Desde los tics de la inocencia infantil, Celia debe decidir que tipo de mujer quiere ser. Se encara en la escuela con sus amigas. En el segundo tramo de la película necesita redescubrir qué mujer es su madre y por qué no tiene padre.

Vestuario y decorados cargados de historia, desde la pequeña radio a la pared de azulejos, hasta imaginario del interior de la casa aragonesa (como aquel de Ojos Negros). Hay que hacerse tuyo el uniforme, pero eres capaz de conocer a cada Niñas a través de su casa. La imagen de la «iglesia moderna». La planificación de las escenas. Una discusión bajo los fluorescentes de la cocina. Un cambio de creencias traducido en la llegada de la luz invernal.

El público encontrará fascinación por sus referencias, empezando por la mezcla musical que induce un trance a nuestro pasado para poner las emociones a piel. Pero la historia es tan precisa que funciona sola sin sobre explicarse, con o sin guiños.

Tanto cuidado hace brillar el subtexto, los valores de la época invocados por palabras clave, no es una película de silencios, pero sabe que las niñas no son elocuentes. Nadie lo era. La ignorancia de los adultos era también un obstáculo. Hay unas figuras maternales «equivocadas» y las niñas «son solo niñas».

La madre es Natalia de Molina (Quién te Cantará), una actriz tan ambivalente de aspecto tierno pero terriblemente seca y hermética. Por eso la profesora es Francesca Piñón (El Ministerio del Tiempo, La Vida Sense Sara Amat), su voz suave y clara predicando el decoro.

La triunfadora en Málaga tiene puntos en común con La Inocencia de los premios Gaudí, relata la tensión familiar generada por bombo adolescente en el Baix Maestrat (Castellón). Las dos son historias de adolescencia y descubrimiento femeninas de progreso contra tradición. Y como aquella, Las niñas tiene un centro emocional muy claro y es todavía más ambiciosa en la puesta en escena, más precisa, con más vacíos que rellenar (la paternidad misteriosa de las películas de Víctor Erice), igual de vívida.

Las Niñas realmente llega a convencerte de que 1992 fue parte de la transición. Y quién sabe, quizás todavía no ha terminado.

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