‘Estoy pensando en dejarlo’: La institucionalización del montaje expresivo
Estoy pensando en dejarlo es la nueva sensación del último año en Netflix. Dirigida por Charlie Kaufman, la película ha logrado trasladar un tipo de montaje audiovisual hasta ahora olvidado por las producciones de esta plataforma. | Por Alejandro Mateos
Por Alejandro Mateos
Estoy pensando en dejarlo es la nueva sensación del último año en Netflix. Dirigida por Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich, Olvidaté de mí) y basada en la novela homónima de Iain Reid (2016), la película ha logrado trasladar un tipo de montaje audiovisual hasta ahora olvidado por las producciones de esta plataforma.
Mi idea no es desmembrar esta interesantísima cinta a la que hay que ir sabiendo lo menos posible sobre ella, sino más bien analizar cómo este metraje de Kaufman puede llevar a las películas de Netflix y al cine más convencional a producir un montaje cinematográfico expresivo.
El primer cineasta que concibió el montaje no ya como la narración audiovisual de una historia, sino como una forma de crear efectos de ruptura en la mente de los espectadores fue el soviético Sergei Eisenstein (1898-1948), cuyo Acorazado Potemkin (1926), es considerada como el histórico triunfo del ritmo sobre la trama. Este legendario clásico del cine nos narra el motín que ocurrió en dicho buque en 1905, cuando la tripulación se rebeló contra los oficiales zaristas. Sin embargo, Eisenstein había creado una obra que no se sostenía a través de la historia, sino de unas técnicas de montaje que revolucionaron la gran pantalla.
3 años antes, en 1923, Eisenstein ya había publicado su ensayo del Montaje de atracciones, en el que sostenía que los sentidos del espectador debían fusionarse con lo que el cineasta pretendía transmitir a la audiencia. Así nació lo que hoy en día se conoce como el Montaje expresivo, que se oponía a la concepción que hasta ese momento predominaba, el Montaje narrativo o montaje invisible, cuyo principal pionero había sido hasta entonces Griffith. Es decir, la intención del cineasta hasta entonces no era otra sino contar una acción de sucesos y tratar de disimular lo máximo posible los cambios de plano. Probablemente esta forma de entender el cine por parte de Griffith ha perdurado a lo largo de los años, y predominó en la época dorada de Hollywood.
Por lo tanto, Eisenstein se revela contra este montaje ya institucionalizado y consigue manifestar su mundo interior dentro de sus películas. Una vez que estoy explicando esto, probablemente el primer sucesor que se os puede ocurrir sea Ingmar Bergman. Pues sí, Bergman es uno de los mayores exponentes del montaje expresivo, y esto se puede observar en cada una de sus películas. Ese empleo tan característico de los primeros planos, esa música penetrante. Todo esto lo podemos observar de manera clara en Persona (1966), su película por excelencia. Y más concretamente en sus primeros 5 minutos, donde se produce una desenfrenada consecución de planos yuxtapuestos aparentemente inconexos, con escenas tan impactantes como la de ese niño palpando con la mano la imagen enorme del rostro de una mujer.
Otro ejemplo no tan conocido que a mí personalmente me impactó es el de la obra El año pasado en Marienbad, filmada por el francés Alain Resnais en 1961. Probablemente, un de las películas más bizarras que se han producido jamás, en las que no nos guiamos a través de una trama, sino más bien a un cúmulo de divagaciones del pensamiento. No sigue una lógica argumentativa, lo único que sabemos es que los dos personajes principales se encuentran en un lujoso hotel, y el hombre asegura a la mujer haber estado con ella el año pasado en ese mismo hotel, a pesar de que ella alega no conocerlo de nada.
Hasta ahora, este tipo de lenguaje audiovisual ha estado desvinculado al cine más comercial. Sin embargo, Kaufman puede que haya logrado dar con la tecla exacta para cambiar esto.