Anatomía del cine navideño

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Volvamos a sentir esa paz interior y ese júbilo que nos rodeaba siempre en estas fechas. Volvamos a coger ese trineo quemándose en la incineradora y deslicémonos con él. | Por Alejandro Mateos

Por Alejandro Mateos

Hace exactamente 177 años se publicaba la célebre novela breve de Charles Dickens Cuento de Navidad, que supuso el germen de esta época del año tal y como la conocemos hoy en día: unas fechas de reintegración familiar y festividad, en las que se aboga por anteponer el bienestar personal y dejar atrás todos nuestros detrimentos.

Este concepto contemporáneo se ha visto continuamente reflejado en el cine. Podríamos decir que todo comienza en 1898, con la cinta de apenas un minuto The visit of Santa Claus, considerada la primera manifestación de la navidad en la historia del cine, del británico George Albert Smith. En ella, dos niños duermen plácidamente mientras, de manera simultánea (a través de una elipse que se forma a la derecha del encuadre, un recurso técnico bastante admirable para la época), vemos a Santa Claus descender desde la chimenea de la casa para ofrecer sus obsequios a los niños. A partir de ahí, las producciones cinematográficas han evolucionado sus relatos navideños, y actualmente este ambiente festivo nos ayuda a encuadrar un marco narrativo de historias que pretenden transmitir la reconciliación entre los seres queridos, la anteposición del amor, la amistad y de los valores de la ética occidental.

El Ebenezer Scrooge de Dickens simboliza probablemente de la manera más precisa posible la reencarnación de esa catarsis emocional que nos evoca el sentimiento navideño. A partir del personaje prototipado por el escritor inglés podemos observar esa tendencia de los personajes del cine navideño a esa purificación (“la trama de la redención” que suele mencionar en sus escritos el guionista Robert Mckee). Desde el personaje de James Stewart en la maravillosa Qué bello es vivir (aquí la redención del protagonista es más obvia), hasta John McClane en La jungla de cristal, el problemático y conflictivo policía con su matrimonio en crisis que tendrá que salvar a su mujer y a decenas de rehenes, lo que le permite retomar esa pasión que necesitaba en el lazo conyugal.

Scrooge es idóneamente representado por el cínico Charles Foster Kane en la mítica Ciudadano Kane, la película de oro del cine clásico. En esta obra maestra, la navidad se verá reflejada en Rosebud, ese enigmático Macguffin que nos dejó preparado Orson Welles y que (alerta spoilers) para nuestro protagonista encarnaba a esas memorias de su niñez, esa introspección con amargura a sus momentos más felices. ¿Por qué utiliza el cineasta estadounidense precisamente estos objetos tan navideños como el trineo o la bola de cristal para crear esta bonita representación? Porque la navidad es exactamente lo que significa Rosebud. Esa exaltación de los recuerdos familiares, mirar hacia atrás y volver a ver ese mundo que una vez vivimos con la inocencia de la niñez. La infancia que se perdió, y con ella nuestros juguetes y nuestros enojos tan pueriles pero que en su día resultaban de una magnitud homérica.

En Dublineses (los muertos), el “testamento cinematográfico” de un John Huston con máquina de oxígeno, aparece este mismo despertar de la memoria, precisamente el día de la Epifanía. Anjelica Huston escucha una evocadora canción en esta fiesta que le provocará el recuerdo de una pasión de juventud, y le hará revivir el fervor de ese ayer que estuvo lleno de un amor que parecía que podría durar una eternidad. Huston habla con morriña de lo irrecuperable que es todo lo anteriormente vivido, de la crueldad del paso del tiempo.

Y, ya que no se va a poder salir de fiesta estas navidades, aprovechad para ver (o volver a ver) Qué bello es vivir, La jungla de cristal, Eduardo Manostijeras, Love Actually (la película navideña por antonomasia, un bello canto al amor en su máxima potencia y en todas sus formas de ejercerlo), incluso El día de la Bestia, Mientras dormías y Eyes wide Shut. Y, sobre todo, a pesar de todos los problemas que hemos tenido, volvamos a sentirnos unos críos. Volvamos a sentir esa paz interior y ese júbilo que nos rodeaba siempre en estas fechas. Volvamos a coger ese trineo quemándose en la incineradora y deslicémonos con él.

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