‘What do we see when we look at the sky?’: Una fantasía veraniega (Berlinale 2021)

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En una de las primeras escenas de What do we see when we look at the sky?, dos jóvenes desconocidos se encuentran en una esquina de la ciudad georgiana de Kutaisi. Chocan y el libro que ella lleva en las manos cae al suelo. No vemos sus rostros, apenas sus cuerpos. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet (Festival de Berlín)

En una de las primeras escenas de What do we see when we look at the sky?, dos jóvenes desconocidos se encuentran en una esquina de la ciudad georgiana de Kutaisi. Chocan y el libro que ella lleva en las manos cae al suelo. No vemos sus rostros, apenas sus cuerpos. El objetivo, cruelmente, solo nos muestra sus pantorrillas y sus zapatos; cómo estos se juntan y se separan después de mil disculpas. La cámara, que sabe lo que va a ocurrir a continuación, se queda inmóvil, esperando que los enamorados fortuitos vuelvan donde se han encontrado. Sucede, y cuando llegan otra vez al punto cero de su primer encuentro, chocan y la escena se repite. El libro cae, él lo recoge, tímidas disculpas y explicaciones. Antes de que salgan del plano, vuelven a cambiar de opinión, se giran y vuelven a chocar. Explicaciones y disculpas. Se alejan. Aquí empieza todo.

La cinta de naturaleza germano-georgiana que Alexander Koberidze presenta en la sección oficial berlinesa es un ejercicio de cine desacomplejado, orgulloso de ser cine, sin trampas, que difícilmente va a dejar indiferente a nadie. La presentación de la cinta es bien sencilla: unos jóvenes se conocen y se enamoran a primera vista. En un segundo encuentro casual, quedan para tomar algo, sin saber siquiera sus respectivos nombres. Pero antes de este tercer encuentro, un hecho extraordinario los lleva a tener que lidiar con la idea de que, quizás, no podrán encontrarse nunca más, justo en el momento que comienza un verano marcado por el mundial de fútbol.

Así de fáciles, inverosímiles y quizás patéticas se presentan las líneas generales de un film que resulta ser una caja de sorpresas. En una temporalidad definida por lo atemporal, el año en el que la Argentina de Messi es la gran favorita para el mundial (al ritmo de Notti Magiche, himno de Italia 1990), Koberidze dibuja esa historia mágica -valga la redundancia- en la que nada resulta ser lo que parece, por mucho que la cámara siempre se encuentre en el sitio y el momento adecuado, dejando, sobre todo en el primer acto, algunos sucesos fuera de campo para contribuir a hacer el film más artísticamente relevante, no sin dejar así de atender a la importancia del detalle, la copa que cae o la camiseta que se dobla.

Aunque no se puede hablar de What do we see when we look at the sky? sin destacar el momento en el que el film transforma su visionado en toda una experiencia cinematográfica. Y lo hace nada más ni nada menos que interpelando al espectador, aquello que popularmente se conoce como romper la cuarta pared. Nosotros, como espectadores, debemos decidir si nos sometemos o si, impasibles, seguimos con la vista en la pantalla con la intención de no ser engañados, de que Koberidze no nos cuele ningún truco. O que, al abrir los ojos, los que hayamos cambiado seamos nosotros.

Berlinale 2021: crítica de "What Do We See When We Look at the Sky?", de  Alexandre Koberidze (Competencia) - Micropsia

Y a partir de este momento, comienza el juego de muñecas rusas en un espacio y un tiempo en el que convergen distintas historias que van desde nuestros mutados personajes hasta los perros callejeros que deambulan por las calles de Kutaisi, tan apegados a la afición futbolera como cualquier georgiano que ame a Dios y estampe su camiseta en la pared para interactuar con ella como quien lo hace con un icono. Y de telón de fondo, este verano futbolero que acapara toda la atención, un verano rohmeriano, de amores fugaces que dentro de la pantalla parecen eternos. Y lo más trascendental de todo, este toque mágico, como de fairy tale, de un príncipe convertido en sapo y de una princesa convertida, por suerte, en doncella.

La reflexión más profunda del filme se encuentra en la búsqueda del autor del lenguaje que une a los seres por igual, con el fútbol como referencia inequívoca, una extensión sociológica del amor y de la fidelidad, estos sentimientos innatos que el hombre lleva dentro desde que llega al mundo, igual que los perros el hecho de levantar la pata para mear.

Para Koberidze, el cine (como la fotografía) es otra forma de lenguaje universal, y por eso no siente ningún tipo de bochorno al destapar el dispositivo cinematográfico. No se nos pide que activemos nuestra suspensión de incredulidad, ya que no hay la intención de que demos crédito de nada, por mucho que la voz en off cuente la historia impasible, como si todo fuera normal. Por este motivo, en algunas ocasiones el filme se encuentra cercano a la forma de hacer de Roy Andersson, aunque por encima de todo estemos delante de un retrato con tintes kafkianos y pinceladas de realismo mágico, un ejercicio cinematográfico que bien podría funcionar como una radiografía fantástico-poética de la sociedad georgiana.

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