‘Visages Villages’: Una ruta por la Francia humilde

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“Visages Villages” llega al Bcn Film Fest después de una buena recepción por parte del público y de la crítica. Incluida en la sección oficial de Cannes y nominada al Óscar a mejor película documental, este todavía joven festival acoge su première catalana dentro de la sección “Zona oberta”. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

La sala 1 de los Cines Verdi de Barcelona esperaba la visita de Agnès Varda en la presentación de su último trabajo, “Caras y lugares” (para nosotros, “Visages Villages”). El aspecto semivacío de las butacas vaticinaba lo que luego se informaría: la directora francesa avisó de que no podría asistir por motivos personales. En su lugar, se proyecta un vídeo de Agnès disculpándose y hablando sobre el film.

“Visages Villages” llega al Bcn Film Fest después de una buena recepción por parte del público y de la crítica. Incluida en la sección oficial de Cannes y nominada al Óscar a mejor película documental, este todavía joven festival acoge su première catalana dentro de la sección “Zona oberta”.

La veterana directora, considerada una de las precursoras de la Nouvelle Vague y autora de cintas como Cleo de 5 a 7 (1962) o Sin techo ni ley (1985), con la que se alzó con el León de Oro en Venecia, se junta con JR, un joven fotógrafo francés cuya identidad se desconoce. Juntos emprenden en una furgoneta-fotomatón diferentes rutas por la Francia rural en busca de gente con historias e ideas que contar con el objetivo de fotografiarlos y exponerlos a gran escala en lugares públicos.

Los cincuenta y cinco años que saca Varda a JR no parecen un impedimento para que entre estos dos personajes surja una peculiar amistad. El humor que constantemente se emprende en sus diálogos, que consta principalmente de bromas inofensivas, la mayoría relativas a la vejez de Agnès, provocan una gran humanización de ésta relación. Aun así, algunos diálogos entre ambos se prevén artificiales a los ojos externos y desentonan dentro de un rol documental.

En los lugares que visitan, el prototipo de persona que se busca fotografiar es siempre común, de una clase muy marcada. El objetivo es contar historias e ideas de gente normal, y fotografiarlas para convertirlas en arte expuesto en el aire libre, en su mismo hábitat. JR, seria pues, el anti-Andy Warhol. Hace lo contrario que el artista norteamericano, que se le conoce por colgar, entre otros, el rostro de Marilyn en un museo. El fotógrafo francés, de la mano de Agnès Varda, busca lo contrario, fotografiar carteros, granjeros, jubilados, mineros, camareras, mujeres de estibadores, para exponerlos en lugares de dominio público. Éste es el sentido del arte callejero, no esconder las obras en museos, que a la vez son contenedores del arte, dónde representa que una obra se expone pero que ya no tiene vida. Un museo es un cementerio de arte. La calle representa la contrario, un lugar dónde las obras viven, evolucionan con el tiempo, se desgastan, se arrancan trozos e incluso desaparecen.

Lo efímero del arte también aparece representado. Una marea se lleva una obra al día siguiente de culminarla, quizás la más representativa a nivel sentimental para Varda. Pero aquella obra sigue allí, porque no ha desaparecido, sino que ha evolucionado. La tenemos en fotos, en nuestra memoria. Físicamente ya no existe como tal, pero tenemos constancia de ella. Esto es el arte callejero.

La profundidad con la que se tratan algunos personajes es realmente conmovedora. La cercanía con la que se los trata empatiza y emociona. Son gente como nosotros, son familias como las nuestras.

El sello de Varda se evidencia más hacia el final. Una visita a un puerto dónde lo que preocupa no son los estibadores sino sus mujeres. Mujeres que tienen nombre y voz, que a veces olvidamos. Y en un arrebato final, ambos se lanzan hacia un reencuentro de Agnès con Jean-Luc Godard, a quién todavía no ha visitado en su nueva casa. Éste epitafio lo interpreto cómo una forma de homenajear a toda una época de la que Varda forma parte, de autores y autoras que cambiaron la forma de hacer cine y que además se conocían y se relacionaban entre ellos. La “rata” de Godard no está en casa, pero casi que mejor. “Visages Villages” es un canto a la vida humilde, a los oficios humildes y a los lugares humildes. Por mucho que se intente, Godard no entra ahí.

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