‘Under the Silver Lake’: Perdido en la ciudad [Sitges 2018]
Under the Silver Lake es, en gran medida, una continuación de la obsesión que ya mostró Mitchell en It Follows por la juventud y sus perversas prácticas. | Por Ferran Calvet
Por Ferran Calvet
Tras It follows (2014), David Robert Mitchell siempre será recibido con expectación en Sitges. Su tercer largometraje era la proyección más esperada de un domingo que mostraba su resaca post Nicolas Cage, con sesiones bien poco comunes: La serie del Rubius –ni él mismo aguantó los tres capítulos–, un evento medio vacío de Netflix presentando Sabrina… Cosas que pasan. Aun así, el público más fiel sabía cuál era el bombo mediático del día y allí sí que no faltó.
Under the Silver Lake es, en gran medida, una continuación de la obsesión que ya mostró Mitchell en It Follows por la juventud y sus perversas prácticas. Si entonces nos planteó una especie de maldición de la que uno sólo se podía librar pasándola a través del sexo, su nuevo trabajo recoge esta perversión y humor negro para desenvolverse durante más de dos horas de metraje.
Todo esto llega a partir de la desaparición de Sarah, la vecina del protagonista interpretado por Andrew Garfield, un personaje pintoresco y ridículo que mira las noticias mientras hace el amor y espía a la vecina en la piscina. A partir de esta extraña desaparición, comienza una odisea por extraños lugares repletos de gente extraña que alimentan el carácter absurdo y a veces surrealista de la cinta.
Aunque esta trama parezca simpática, Mitchell no consigue elaborar un relato ameno y divertido, sino que, agarrado a su humor negro y afilado, decide repetir tanto su fórmula que el resultado es un film denso que acaba haciéndose innecesariamente largo. Lo que al principio era interesante, acaba siendo pesado y descaradamente incómodo.
Al final, se tira de demasiada imaginación para concluir una cinta que ya hacía rato que había perdido totalmente su rumbo, aunque Mitchell nos deja un largometraje visualmente agradable y provocador, y un interesante homenaje en forma de crítica a la cultura pop y sus mensajes subliminales y conspiratorios –incluso en las cajas de cereales–.