‘The Girl and the Spider’: Sobre mudanzas y abrir ventanas (Berlinale 2021)

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Ramon y Silvan Zürcher poseen toda la sensibilidad del mundo para fijarse en esos pequeños detalles que pueden amenizar (o no) una tarea tan colosal. Y no solo los retratan con un exquisito y magnético gusto estético, sino que construyen su película a partir de ellos. | Por Jaime Lapaz

Por Jaime Lapaz (Festival de Berlín)

Nunca he sufrido una mudanza, pero por lo que tengo entendido no es algo muy agradable. Quiero imaginar que es una de esas tareas que se disfrutan mucho una vez están hechas, al igual que escribir un texto del que te sientas mínimamente satisfecho, o dejar limpio y cuidado un jardín. Luego de haber empaquetado todo debe de ser cuando los pequeños detalles que entonces te enervaban se vuelven agradables, y entonces el estrés sufrido debe saber a gloria: un armario empotrado bajado entre cuatro por las escaleras, o ese párrafo que te hizo romperte la cabeza hasta cerrarlo, o esas raíces que se aferraban miserablemente a la tierra, pero lograste arrancar.

Ramon y Silvan Zürcher poseen toda la sensibilidad del mundo para fijarse en esos pequeños detalles que pueden amenizar (o no) una tarea tan colosal. Y no solo los retratan con un exquisito y magnético gusto estético, sino que construyen su película a partir de ellos. The Girl and the Spider, presentada en la sección Encounters de la 71ª edición de la Berlinale, basa su reiterativa estructura en la sucesión de elementos mínimamente estridentes empleados y encadenados para generar un ambiente de tensión persistente. El goteo de un grifo, los ladridos de un perro, las miradas lascivas de un obrero, una ráfaga de viento, una pequeña araña: todas las piezas amenazan con interrumpir la acción, como si estuvieran conchabadas. Un personaje habla con otro, y tras la puerta hay alguien escuchando, que amaga con intervenir hasta que se da cuenta de que también está siendo observado. En la repetición de estos esquemas se encuentra la esencia del aparato cinematográfico del filme.

Porque The Girl and the Spider no desarrolla ninguna de las tramas planteadas. Tampoco ocurren muchos acontecimientos. Lo que parece ser el gran conflicto, la mudanza de Lisa, termina siendo un gran mcguffin a ninguna parte. Por no tener arco narrativo, a lo largo de la película no se sabe ni siquiera en qué punto de la mudanza se encuentran los personajes. El número de escenas se puede contar con las dos manos. El argumento y el tema del filme, de haberlos, son difusos. Pero en el nuevo proyecto de Ramon y Silvan Zürcher todo puede ocurrir.

La chica y la araña (2021) - Filmaffinity

El personaje protagonista, Mara, en ocasiones podría parecer el demiurgo de la obra, pero luego ve como algunas situaciones se le escapan de la yema de los dedos. En una escena de la película, Mara es despertada por una ventana que se abre en mitad de la noche, y que a cambio de abrirle la frente, le ofrece una ensoñación fugaz e inesperada. Rizando el rizo, le abre un nuevo frente. Por la mañana, el obrero que les está ayudando con la mudanza se pone a arreglar la visagra, hasta que es interrumpido por la madre de Lisa, que le plantea si no puede ser que esté bien que las ventanas puedan abrirse por un golpe de viento.

The Girl and the Spider es justamente eso, una película que abre muchas ventanas, pero no sale de la habitación; se limita a disfrutar de la ensoñación, de los  posibles paisajes que hay a lo lejos, de abrir nuevos frentes. Mara siempre cruza miradas con una chica que trabaja en la farmacia del barrio. La ha visto fuera del curro y dice que parece de lo más simpática. Nunca han hablado. The Girl and the Spider es así de agridulce, no va a ningún lado, no abre grandes temas. ¿Es suficiente para sustentar una película con que el artefacto cinematográfico genere nuevos horizontes de forma prácticamente automática sin atreverse a explorarlos?

Porque en The Girl and the Spider hay muchos personajes, y todos ellos están dibujados una precisión desbordante: son tres simples trazos pero que mágicamente llenan el cuadro. Entre ellos existe (o, mejor dicho, se sugiere) o bien una tensión sexual o bien una tensión emocional de gran calado. Los cineastas escriben con un control férreo del subtexto. El ambiente es a veces tan siniestro y amargo que parece que estemos en una película de Yorgos Lanthimos. Otras veces los diálogos y las situaciones son de una delicadeza y una dulzura enternecedoras. Y saltan chispas, pero nunca prenden la llama. Lo que se sabe del pasado de los personajes es inestable, igual que sus relaciones, igual que sus vidas. Hoy estás fumando en el balcón y mañana tu amiga del alma se ha mudado; ayer pensabas besar a un chico, pero hoy te ha salido una calentura en el labio. Y la vida sigue. Y deja un sabor agridulce. Y no pasa nada. ¿O pasa todo?

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