Sitges 2019| Día 8: Huida hacia delante
Mañana ya vamos a por el noveno día, penúltimo de su nombre, y la sensación, a nivel personal, es que lo mejor del festival todavía está por llegar. | Por Ferran Calvet
Por Ferran Calvet
Si ayer terminábamos la jornada con una buena dosis de cine asiático, la suerte ha seguido de nuestro lado en la primera sesión de nuestro particular recorrido sitgetano con una película que, a nivel personal, era la que más se esperaba de todo el festival, The wild goose lake, de Diao Yinan. Dicen las malas lenguas que en la pasada edición del Festival de Cannes, Albert Serra y Quentin Tarantino coincidieron en un mismo patio de butacas para ver dicha película, y que este último, una vez terminada la proyección, se levantó para aplaudirla eufóricamente. No hay campaña publicitaria que pueda pagar esto.
Aun así, puede que sea por las altas expectativas que uno lleva, siempre traicioneras, o por una cuestión básicamente cinematográfica, la película de Yinan acaba sabiendo a poco. Su colosal estilo y su atractiva estética son innegables, pero la sensación es que a parte de un par o tres momentos potentes, esta aura solo sirve para revestir una trama extremadamente hueca, que en ningún momento justifica ni aprovecha el gran despliegue de medios y de capas que se presentan. Un pequeño fiasco que no ha empañado el disfrute visual de su fotografía y coloridad, formando una atmósfera neo-noir heredera de referentes del género como Wong Kar-wai. Como apunte personal, por momento estelar el del baile con Rasputin, de Boney M. sonando. La tengo en la cabeza des de que vi el tráiler hará cosa de un mes.
Mejores sensaciones ha conseguido provocar Swallow, cinta que lleva obteniendo buenas críticas des de su primera proyección en el festival. La película, dirigida por Carlo Mirabella-Davis, nos plantea un interesante relato de sumisión sentimental y espiritual a partir de su protagonista femenina, quien devuelve la temática de la obligación social y la necesidad emocional de formar una familia y rebajar, así, tus propias expectativas, un tema llevado al extremo por otra película vista durante el festival, Vivarium. En este caso, pero, la protagonista no se encuentra en la misma situación que el hombre, más bien en un peldaño por debajo. Es allí donde se encuentra la potencia de la película, en el crecimiento de un personaje que vive “por hacer feliz a…” y no “para ser feliz con…”, por mucho que crea –o le hagan creer– que lo es.
La evolución de esta figura femenina es tan reveladora que solo por esto la película debe de ser tomada en serio. Sin caer en tópicos que podrían intoxicar el mero ejercicio cinematográfico, Mirabella-Davis, que también se ha encargado de elaborar el guion de la cinta, nos plantea una huida hacia adelante en busca de otro personaje que es pieza clave del film, el padre no oficial de la protagonista, tejiendo así paralelismos entre dos vidas ni tan opuestas ni tan cercanas.
Sin bajar las expectativas, la tarde de hoy nos tenía preparado otro de los bombos de la programación del festival, el nuevo trabajo del cineasta francés Quentin Dupieux, que el año pasado ya estuvo presente en la Sección Oficial con Au poste!. Sin dejar de lado su particular sentido del humor y del absurdo, Dupieux presenta Le daim, una molesta pero a la vez hilarante cinta encabezada por un desbocado Jean Dujardin en el papel de un solitario hombre que vive obsesionado con su chupa de ante y que se hace pasar por director de cine.
La película es un crudo retrato de la vida y el cine unidos como un todo dominado por el narcisismo y el delirio llevado a sus últimas consecuencias. Pero también es inevitable ver en este Dupieux una reflexión entorno el sentido del arte y su trascendencia, tratado de una forma similar, aunque más tímida, de cómo lo trató Lars Von Trier en The house that Jack built. La perversión y el crimen como obra de arte y como única forma de trascendencia.
Las producciones españolas también están teniendo un buen paso por el festival. Es el ejemplo de Ventajas de viajar en tren, El hoyo o Amigo, por plantear solo tres. Es por eso que en lo poco que queda de festival uno se tiene que atrever a visualizar las propuestas de género españolas que todavía quedan por proyectar. Una de ellas es Cuerdas, la ópera prima de José Luis Montesinos, quien en 2016 se hizo con el Goya al mejor cortometraje por El corredor. La película nos plantea una historia de claustrofobia y angustia que juguetea con varios tópicos del género de terror. Una película pequeña que pese a sus escasos recursos consigue generar el aura de tensión que persigue, sin deslumbrar pero sin derrumbarse. Una cinta correcta que pierde por su final inverosímil y de patio de colegio. Interesante apuesta del festival programando una propuesta pequeña y local como esta.
Mañana ya vamos a por el noveno día, penúltimo de su nombre, y la sensación, a nivel personal, es que lo mejor del festival todavía está por llegar. No porque tenga expectaciones puestas en alguna película, simplemente porque el momento de clímax que se suele vivir en cada edición todavía no se ha vivido. Pero llegará. Confío en Sitges.