‘Siberia’: Alabado sea el delirio
Pone la piel de gallina pensar en la trascendencia de estos grandes cineastas, que se las hacen para seguir atrayendo el interés de la crítica y el público de los grandes festivales. | Por Ferran Calvet
Por Ferran Calvet (Festival de Berlin)
Seis meses antes de que el que suscribe estas líneas naciera, Abel Ferrara se hacía con el Oso de oro en la que era la 55ª edición del certamen berlinés con una cinta de culto instantáneo, The addiction. Veinticinco años después, ya en la septuagésima edición, su última película se presenta como una de las cabezas de cartel de la sección a competición. Pone la piel de gallina pensar en la trascendencia de estos grandes cineastas, que se las hacen para seguir atrayendo el interés de la crítica y el público de los grandes festivales.
Si a esto se le suma que en la nueva propuesta de un director titánico como es Ferrara la interpretación principal va a cargo de Willem Dafoe, las expectativas se disparan de forma considerable e incluso peligrosa. Considerable porqué Dafoe viene de realizar dos de sus mejores interpretaciones en los últimos tres años: una, en Phantom threat (2017), de P. T. Anderson, y otra en la reciente The lighthouse (2019), de Robert Eggers. Y peligrosa porque simplemente las altas expectativas aumentan las probabilidades de defraudar.
Los primeros compases de Siberia apelan, en parte, al universo en el que más recientemente vimos a Dafoe, el de la ya citada The lighthouse. De hecho, el mismo título de la película lleva consigo esta premisa de aislamiento y ostracismo. Ferrara, poco a poco, conducirá la historia hacia otros lares, pero la referencia resulta inevitable. La diferencia principal en estos primeros minutos se encuentra en la contención de un Dafoe que con Eggers se presentaba desbocado.
Con la renuncia del relato ostracista, Ferrara conduce la trama hacia un abandono de la figuración y un gran abrazo al oniricismo y al surrealismo, y con ello nos presenta una serie de símbolos que de bien seguro tienen una gran carga simbólica para el autor, pero que para el que se encuentra al otro lado de la pantalla pueden resultar incomprensibles e incluso ininteligibles. Esto nos hace pensar que estamos ante uno de los Ferraras más íntimos, más si nos damos cuenta de que dos de los personajes son la mujer y la hija del mismo director.
El inconsciente también juega un papel importante en la cinta, muy ligado a su carácter onírico y surrealista. Las imágenes y los relatos que Ferrara nos presenta parecen salir de allí, aunque en sus primeros compases parecen provenir de un imaginario folklórico-popular cercano al autor.
Todas estas secuencias nos presentan un Dafoe que envejece a medida que avanza el metraje, formando un paralelismo inequívoco con la figura de Ferrara, que parece que utiliza al actor como alter-ego cinematográfico. El punto interesante se encuentra en la falta de transparencia en el ejercicio de Ferrara, simbolista, psicoanalítico y extremadamente personal, que borran el planteamiento de película a modo de legado cinematográfico y la convierten en una declaración de intenciones: Ferrara está dispuesto a seguir dando guerra y a romper las normas tantas veces como le dejen.