‘Saint Frances’: La dramatización del discurso feminista

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Saint Frances podría ser definida como la puesta en escena del discurso feminista contemporáneo. El planteamiento del contexto en que transitan los personajes se dibuja casi como una utopía, con tanta devoción hacia el movimiento que, si bien resulta completamente admirable, en ocasiones roza la caricatura. | Por Jaime Lapaz

Por Jaime Lapaz (Festival Americana)

Tras una relación fallida, Bridget decide ir a hacer senderismo con sus progenitores. Su padre se adelanta en la excursión porque necesita mantener el ritmo para bajar el colesterol, y Bridget se queda con su madre. Ella la avasalla con una serie de preguntas acerca de cómo debería de actuar como mujer, instándola a que perpetúe los roles de género establecidos —tales como casarse y tener hijos a una edad relativamente temprana—. Pero Bridget ni siquiera sabe si desea tenerlos, pues el futuro del mundo parece tan hostil para los recién nacidos que cree que darles luz podría ser hasta inmoral. Tras una comparación del cambio climático con la peligrosidad de los Estados Unidos de Ronald Reagan bastante inoportuna, la madre culmina su exposición con la siguiente pregunta: “¿si te dieran a elegir, preferirías tener la vida que has tenido hasta ahora o no haber nacido?”. Ante tal demagogia, la posición de la protagonista podría haber sido simplemente la de no responder, o tal vez evadir la contestación. Pero Bridget responde que obviamente querría haber nacido.

Así termina la gran discusión sobre el aborto que plantea Saint Frances (Alex Thompson, 2019). Lo hace tras haber mostrado, tan solo unas escenas atrás, el proceso de interrupción del embarazo de forma bastante explícita y liviana. El grado de ligereza que reforzaba el discurso de la protagonista al inicio de la película queda ahora en reposo. Bridget ha dicho en varias ocasiones que no se ve como madre, y tras esa conversación con la suya empezará a plantearse la maternidad durante toda la película. Que uno de los puntos determinantes del arco de la protagonista venga definido por una conversación tan casposa no se debe en ningún caso a que Saint Frances sea una película conservadora, sino a que su escritura es en ocasiones tan torpe que peca de incoherente.

En la ópera prima de Alex Thompson firma el guion Kelly O’Sullivan, que a su vez interpreta a Bridget, la protagonista. Hay algo de Annie Hall en la escritura del personaje, en tanto a que se trata de una chica que parece mayor pero que no parece adulta. Aunque el referente más claro lo encontramos en Greta Gerwig y su Frances Ha (Noah Baumbach, 2012). Ambas protagonistas comparten una falta de madurez sentimental que sitúan a las mujeres en un momento vital en el que todo prende de un hilo: tanto la estabilidad emocional como la laboral y económica. O’Sullivan define muy bien esa situación al inicio de la película. Bridget se encuentra en una fiesta aguantando a un plasta fracasado que resulta ser un espejo de ella misma. También fija la ingenuidad compartida con Frances Ha en la entrevista de trabajo más sincera —y, por tanto— más horrible posible. Pero la guionista se empeña en subrayarlo con una breve escena que se traslada a la pantalla a través de un plano en que vemos a la chica buscar en Google “Quiz para saber qué hacer con tu vida a los 35”.

Saint Frances podría ser definida como la puesta en escena del discurso feminista contemporáneo. El planteamiento del contexto en que transitan los personajes se dibuja casi como una utopía, con tanta devoción hacia el movimiento que, si bien resulta completamente admirable, en ocasiones roza la caricatura. De este modo, en la película de Thompson todo es tan extremo que es hasta sorprendente que el cineasta logre momentos de naturalidad en pantalla. La familia en la que Bridget hará de canguro está formada por una mujer afroamericana y otra de origen latino, acogiendo además en la temática del texto un claro discurso LGTB y antirracista. Los conflictos a los que se enfrenta Bridget durante la trama son siempre ejemplificaciones dramáticas de las reivindicaciones del movimiento feminista, lo cual tiene dos consecuencias dañinas. La primera es que, por mucho que los acontecimientos surjan de forma orgánica, se terminan resolviendo de forma pedagógica; y la segunda es que los personajes secundarios estén construidos con un cierto maniqueo: el artista que engatusa a jóvenes para acostarse con ellas, la mujer que se escandaliza porque se dé el pecho a un bebé en público…

Las protagonistas, por el contrario, gozan de un desarrollo más pausado y genuino. Esto se debe a que, pese a que el aborto del inicio del filme es el punto de partida del guion, el plot device es el de la niña, interpretada brillantemente por la pequeña Ramona Edith-Sullivan. Ella es quien hace que tanto sus madres como Bridget evolucionen a lo largo del verano, y pese a que su inteligencia y sensibilidad son imposibles para alguien de seis años, su entrañable actuación y la acertadísima contrarréplica de Kelly O’Sullivan hacen que todo funcione. En sus paseos por el parque y sus conversaciones de camino a casa se encuentran los fragmentos más emocionantes y potentes de la película, que poco a poco pasa de ser un drama de una treintañera a una feel-good movie de mensaje previsible pero efectivo: no es necesario seguir los cánones de la sociedad impuestos a la mujer para tener una vida feliz. Un reclamo sin duda loable, pero que se lleva a pantalla de forma menos ágil de lo que cabría desear.

Por suerte, a raíz de esa demanda se encuentran también en Saint Frances recursos muy acertados. La sororidad entre personajes está tratada en general con una sensibilidad reconfortante, y pese a que no resulta una película tan amarga y sutil como lo era Tully (Jason Reitman, 2018), la representación de la depresión posparto del personaje interpretado por Charin Alvarez es uno de los elementos más precisos del filme. Su relación con el de O’Sullivan se acerca por momentos a la brillantez del dúo interpretativo que formaban en la película de Reitman Charlize Theron y Mackenzie Davis. Aunque lo más notorio en la dirección de Thompson es la apuesta por una decisión tan arriesgada como el hecho de poner en juego la menstruación hasta sus últimas consecuencias. Las protagonistas no se limitan a hablar de ella, lo cual hoy en día —y por desgracia— aún resulta extraño. El director muestra en pantalla el sangrado vaginal de forma explícita y con una naturalidad encomiable; pero lo que es más importante: hace de esta algo que de verdad determina la vida las protagonistas. Es un hecho que hasta ahora se ha elidido en la construcción de los personajes femeninos, pero que debería dejar de ser tabú más pronto que tarde.

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