Por Ferran Calvet (Cinéma du réel)

En la segunda escena de Onlookers, la esplanada de enfrente de un templo en Laos ve interrumpida su tranquilidad por el paso de un grupo de turistas que, siguiendo su itinerario, pasa por delante de la edificación mientras sus componentes capturan imágenes de forma repetida y despiadada casi sin mirar, con sus propios ojos, la joya arquitectónica que tienen delante. Tras el paso de la multitud, los alrededores del templo vuelven a su normalidad, esperando el siguiente grupo de turistas afamados.

El tercer largometraje de Kimi Takesue, cineasta norteamericana cuyos anteriores trabajos se han mostrado en festivales como Locarno o Sundance, se titula con el sustantivo inglés que se traduce como observadores o, coloquialmente, mirones, localizándonos en algunos de los puntos de mayor atracción turística de Laos para mostrarnos, a través de una cámara estática, la interacción de los visitantes con lo autóctono.

El documental de Takesue, que apenas supera la hora de metraje, carece de entrevistas o diálogos para centrar la atención en lo que quiere mostrar la autora, que es la cotidianidad del país asiático interferida por la presencia de forasteros que interactúan con el entorno como aquél que visita una feria o un museo. En el filme, esta disrupción se muestra en escenas como la anteriormente descrita, así como en ritos y costumbres en las que los turistas desenfundan las cámaras para romper toda armonía o pureza del acto.

Aunque Onlookers nos puede servir como un retrato que busca cuestionar el modelo turístico masificado, también abre un resquicio para reflexionar sobre la relación entre oriente y occidente, ejerciendo esta última una posición de superioridad cultural que lleva al extraño a contemplar y romantizar estilos de vida que según sus códigos se encuentran en el limbo de la pobreza. No solo eso, sino que degrada, con su presencia, un paisaje autóctono que pierde su pureza cuando unos señores con gorra, bermudas y polo rosa se acercan para encender las pantallas de su teléfono móvil y grabar. Sin ningún tipo de tapujo, Takesue nos muestra el turista y, en este caso, el intruso, como un obstructor del paisaje y, por ende, de la belleza de aquellos lares, no solo como un parásito pasajero del estilo de vida local.

El resultado que obtiene la directora, a la vez, es la creación de un espejo en el que el espectador objetivo está destinado a cohibirse al identificarse en aquellos aventureros occidentales. Abducidos por nuestro narcisismo, ¿estamos dispuestos a cuestionar la forma en como interactuamos con las sociedades que visitamos cuando viajamos? Onlookers se localiza en Laos, pero la cámara se podría situar en una callejuela del Born barcelonés o en el Soho londinense. O al menos eso cree este crítico, educado en un indisimulado eurocentrismo.

El documental, que se ha visto en la sección a competición del Cinéma du réel, es un lúcido ensayo conceptual sobre el choque cultural producido por el turismo de masas, aunque no intenta instruir ni plantear una posible solución – ¿acaso la tiene? – . Para Takesue, somos nosotros los que debemos sacar las conclusiones.

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