‘Mis dos voces’: Cambiar el tono
A partir de planos fijos, contemplativos y de vocación poética, Rodríguez nos revela una cinta en la que el protagonismo lo toman las historias familiares e íntimas de sus partícipes. | Por Ferran Calvet
Por Ferran Calvet (Berlinale 2022)
Aunque el título del film sea Mis dos voces, son tres las mujeres que intervienen en la película que la directora colombiana Lina Rodríguez presenta en la sección Forum del Festival de Berlín. Ana, Claudia y Martinela tienen en común que llegaron a Canadá procedentes de Latinoamérica con la intención de proseguir sus vidas en un lugar, a priori, mejor.
A partir de planos fijos, contemplativos y de vocación poética, Rodríguez nos revela una cinta en la que el protagonismo lo toman las historias familiares e íntimas de sus partícipes, cuyas voces se deslizan por unas imágenes que nos muestran escenas cotidianas de la nueva vida como refugiadas en el país norteamericano. Sin verles el rostro y casi sin poder diferenciar sus voces, Rodríguez teje un relato a seis manos que habla de la dificultad de adaptarse como inmigrante y del hecho de dejar todo atrás: tus cosas, tus costumbres, tu gente. Y también de la brecha que produce el cambio de lenguaje, hasta el punto de llegar a la conclusión de que un inmigrante tiene “dos voces”: la suya propia y la que forma con su nueva lengua, cuando incluso el tono cambia.
Hasta el final, lo que conocemos de las tres mujeres (que más que protagonistas son testimonios) es lo que narran, además de sus manos, sus hogares, sus vehículos, su familia, o todo aquello que nos concede la imagen, siempre dejando la identidad de las partícipes en suspenso, fuera de campo, provocando así que el espectador, inevitablemente, haga un ejercicio similar al de una lectura o una escucha radiofónica: formar una representación de cada una de ellas basándose en la poca información de la que se dispone. Entretanto, lo importante es lo que estas voces nos cuentan. Un relato que refleja una vida entre la precariedad, el conflicto y la presión familiar de la que consiguieron huir y a dónde no tienen previsto volver (ni para velar a sus muertos).
Mis dos voces es un filme pequeño, pero su formato es tan directo y veraz que encoge. Esto pasa, sobre todo, cuando se supera el ecuador del metraje y el espectador se familiariza con las voces y las emociones de sus narradoras. Por ello, la paciencia tiene recompensa, aunque estamos delante de un film bien medido, incluso meditado, lejos de vastas ambiciones destinadas a convertir el trabajo en fallido. Con todo, Lina Rodríguez consigue, en su tercer largometraje, conformar un cóctel perfecto entre imagen (rodada en Super 16mm) y sonido que rompe con la línea del documental convencional para exponer la complejidad de familias inmigrantes como las de Ana, Claudia y Martinela.