‘Malmkrog’: Cuando el quid es ser tedioso

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Cristi Puiu es uno de los grandes exponentes de la nueva ola rumana a rebufo del éxito de la crítica que han tenido tanto el mismo Puiu, como Mungiu o Nemescu. | Por Zep Armentano

Por Zep Armentano (Festival de Berlín)

Cristi Puiu es uno de los grandes exponentes de la nueva ola rumana a rebufo del éxito de la crítica que han tenido tanto el mismo Puiu, como Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días) o Nemescu. Así como el nuevo cine griego, el rumano es un cine de pobreza que innova creativamente para sacarle brillo a la escasez de medios.

Malmkrog (Minor House), en cambio, es una pomposa caja de muñecas, la perfecta caja escénica para la adaptación de un ensayo filosófico, un palacete rosa palo (Gran Hotel Budapest?) recargado de muebles de ébano africano, resultando en una fotografía y vestuario precioso con esos colores de los lienzos romántico de Caspar Friederich donde los tonos sucios y oscuros de la naturaleza se oponen a la claridad de la luz.

En este diorama de época de unas nada modestas tres horas y veinte minutos, Puiu desarrolla su personal Gritos y Susurros. Bizantino, como siempre, consigue enervar a la persona más paciente con las disquisiciones eternas que emprenden sus personajes en diálogo: el rechazo que se desprende en el espectador es de hecho una de las representaciones más mundanas del hastío con el que tanto nos identificamos en su anterior Sieranevada.

El texto Tres Conversaciones en el que se basa Malmkrog es un equivalente a aquel Banquete de Platón, una discusión sofística en tiempos de la monarquía rusa. Se presenta todo tipo de apología de la religión y la guerra, bajo a los ideales europeos coloniales y estamentarios, una muestra del pensamiento de finales del antiguo régimen y las elucubraciones que hacía la clase dominante sobre el futuro. Por ejemplo: que en el futuro no dejará de haber guerra, sino que la contendremos y controlaremos en un perímetro pequeño y apartado de nosotros. Todo se cuestiona en esta la que es una trifulca retórica y lógica de grandes aspiraciones y al mismo tiempo un desafío al espectador, que ha dejado de pensar en términos maniqueos de bien moral y mal, civilización y barbarie.

Las notas del director demuestran su compromiso con la fidelidad de la adaptación por encima de su actualización: «el riesgo de manipular eventos o distorsionar la intención del autor para hacer ver tus propias ideas me parece inasumible «. Puiu deja entonces que la conversación se alargue, sabiendo que no va a ninguna parte y la convierte en el núcleo irónico de la película, así que de tanto hablar se hace de noche, y los personajes se retan a seguir razonando, y cuando los interrumpen retoman desde el punto anterior, y se fastidian sobre el hecho de que se alargan. Porque al fin y al cabo la puesta en escena es excelsa.

Puiu es un maestro de la posición. El punto de vista y la reticencia al montaje invitan al espectador a convertirse en la cámara, a tomar lugar con estos peripatéticos. Uno piensa en el utópico teatro 360. La sutileza más grande de este pulido mecanismo es la ultradiegesis del sonido que  iguala siempre la grabación con el punto de vista. Recorriendo este realismo (por los senderos de Bresson), encontramos todo tipo de sonidos ajenos que parasitan el espacio, como la misa ortodoxa, campanarios, un tren cercano, etc.

Malmkrog constituye una no-trama, que no vive del drama sino de la espera por este. Pero no niega el drama, precisamente cree que su carencia se ajusta a la indolencia de los acomodados que nunca han temido por la revolución, que eligen ignorar todo lo que no sea la teología y la sorna fina. Todo les pasa de largo en su burbuja y ese es el verdadero conflicto. Se sugieren unos cuantos falsos finales alternativos, peligros de muerte invisibles para quien no piensa en ellos. Pero la «postal» que queda siempre serán los efigies de espaldas al mundo, reflexionando, pensando que quizás, si piensan demasiado, es que se han hecho viejos, en vez de pensar, que lo único que hacen en su aburrida vida, es pensar.

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