Por Ferran Calvet (Festival de Las Palmas)

La única película surrealista hecha en Argentina data del 1936 y se titula Tararira: La bohemia del hoy, una cinta hoy perdida que fue dirigida por Benjamín Fondane y protagonizada, entre otros, por los hermanos Aguilar, antepasados de Amparo González Aguilar, directora de La Tara. La película fue proyectada en el Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria y enmarcada en la sección Canarias Cinema, después de su paso por la sección Tiempo de historia de la SEMINCI.

El filme, que es una coproducción entre Argentina y España (en la parte peninsular, la compañía encargada de la producción es la tinerfeña Tourmalet Films), nos presenta el ímpetu de cuatro hermanos que, guiados por la directora, buscan la cinta de la película de sus antepasados. Un hallazgo a medias hace que el cuarteto decida tirar del hilo y se remonte casi un siglo atrás para reseguir la historia de la familia Aguilar, a caballo entre Latinoamérica y Europa.

La Tara está compuesta por metraje documental rodado por los propios autores, así como por material de archivo sonoro y visual, que se suma a representaciones dramáticas en las que los protagonistas recrean escenas de antaño, tanto de cariz público como familiar. A través de estos recursos, el objetivo de González Aguilar se va dirigiendo, poco a poco, hacia la narración de algunos hechos históricos del siglo XX, siempre a través de la historia familiar de los Aguilar, que generalmente siempre se encuentra en el centro del relato.

Así, se conforma un filme que es consciente de tener entre manos algo extraordinario: una excusa, un leitmotiv que justifica su existencia de principio a fin. La película perdida, de la que solo se recupera la parte sonora, algo que la vuelve aún más surrealista e ininteligible, pone sobre la mesa la tensión entre arte y política que, igual que en la familia Aguilar, se palpaba en España en aquel año 1936, en vísperas de estallar la Guerra Civil.

Pese a los dramáticos hechos del siglo XX que marcaron la historia de su familia, Amparo González decide evitar el tono compungido y presenta un trabajo lleno de vitalidad, que quiere para el espectador el entretenimiento y no el tedio lógico en un filme histórico hecho de found footage. Esta búsqueda del divertimento, también por parte de los que están en pantalla, es una concepción del cine que inevitablemente recuerda al de su compatriota Mariano Llinás, sobre todo en su cinta La Flor (2019). En la mastodóntica película de catorce horas, el argentino también se divertía y recreaba, enseñando el cartón, escenas históricas con una carga irónica y desenfadada, sostenida por una concepción diferente del cine, seguramente única en el país sudamericano. Por este motivo, La Tara también tiene mucho de didáctico y de accesible.

Sin embargo, el tono de la película se ve forzado a formalizarse cuando, en el último cuarto, algunos de los nudos planteados a lo largo de la narración tienen que encontrar desenlace. No por ello cambia el resultado de la película, que con sus herramientas logra que el espectador se enganche y acepte el juego de símbolos y referencias que la autora plantea. Porque, ante todo, La Tara es un filme altamente lúdico, que logra desenterrar el legado artístico de la familia Aguilar. Tal y como dice la narradora en los últimos compases: “Devolverles la voz a los muertos”.

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