‘Azor’: Cóctel entre tiburones (Berlinale 2021)
Azor nació de una conversación entre Andreas Fontana y Mariano Llinás durante el paso de ‘La Flor’ por Locarno al respecto de la imagen idealizada de Argentina en los años 60. | Por Zep Armentano (Festival de Berlín)
Por Zep Armentano (Festival de Berlín)
Producida por Alina Films (El año del descubrimiento, Apóstata), Azor nació de una conversación entre Andreas Fontana y Mariano Llinás durante el paso de La Flor por Locarno. Conversaron al respecto de la imagen idealizada de Argentina en los años 60: de ser una imagen posible, lo sería solo para la burbuja de una élite económica abusiva. Y así es el retrato que hace Azor del verano de 1980.
Tan blanco es el encuadramiento del lujo de los hoteles, las piscinas, los guateques y los conciertos privados, tan anodina la vida de sus ocupantes. Pero con un punto agridulce: la clase acomodada sigue a flote mientras un país se derrumba. Se requiere un poco de conocimiento de historia de Argentina para temer la Junta Militar y el contexto de gran inflación que decantó la balanza de las divisas hacia el dólar.
De Weil (Fabrizio Rongione) es un banquero privatista suizo en busca de su socio Keys, quien ha escapado a Buenos Aires con grandes deudas. Para dar con su paradero, De Weil usa su calendario de reuniones, y aspira a descubrir quién es «Lázaro», la última cita que figura en él. El petit-homme codicioso deberá rastrear los clientes de Keys e intentar recuperarlos, codearse con aquellos con quién hizo inversiones de gran riesgo y así poner a prueba si él mismo sabe jugar entre tiburones.
La filosofía de Azor es opuesta a la de narrar o mostrar y ladea hacia lo sugerente. Se viste de un ligero tinte noir detectivesco, en su centro el misterio y un peligro desapercibido, como si en cualquier momento la película pudiera estallar en un insolicitado El Padrino II. Se podría tratar, de manera similar, el elegante diseño sonoro de aviones en off cuyo timbre escala como lo hace la escena. Pero Azor capitaliza en lo verosímil.
La sutileza del guion escrito por el director y coescrito por Mariano Llinás, sustentado también por las interpretaciones, describe la precisión que requiere conversar con tan altas esferas y el intelecto necesario para captar toda insinuación. No tanto al principio, donde le gana una lentitud burocrática, más inclinada a la camaradería y amistad, llámala melancólica, llámala superficial, de los banqueros para hacerse con la confianza de sus clientes (entre ellos el encanto fatal de Carmen Iriondo). No obstante, tras unas cuantas entrevistas, De Weil descubre que su propio banco podría estar en la ruina y pasa de banquero reputado a empequeñecerse respecto cada nuevo adversario. Es un juego que aparta a las mujeres para volverse terreno pantanoso, hasta dar con unas secuencias maravillosamente dirigidas en su segunda mitad. Siempre son diálogos donde la tensión deja entrever el miedo de una inquietud disimulada o la soberbia una mirada esquiva. Y encontramos su atractivo.
Su interés florece de un pedúnculo demasiado delicado, demasiado pulcro para la carga de su subtexto. La atmósfera es perennemente tan formal y el entresijo tan basado en sutilezas, que lo más probable es perderse la trama en una pequeña distracción.
Azor ha pasado por las ediciones confinadas de los festivales de Locarno y Berlín.