‘Atlantis’: Explicando el desorden postraumático de Donbass

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Gane quien gane, queda un país vacío, que cultiva esos trabajos de la muerte: desactivar minas de tierra, reconocer cadáveres. El protagonista ha pasado del infierno (la fundición) al páramo. Allí, acabada la penitencia de los remordimientos, los personajes deben de algún modo repensar quién eran antes de la guerra. | Por Zep Armentano

Por Zep Armentano

Las expectativas fueron altas en mí al encontrarme con el concepto de Atlantis: los desentierros son prometedores de catarsis. Desde Pompeya, en el Viaggio in Italia de Rossellini, al documental de El Silencio de los Otros, incluso en Call Me By Your Name. Todas ellas apelan el florecer de emociones reprimidas. En cambio Atlantis es por ahora la pieza del D’A que me está generando más dudas. Para el director y guionista Valentyn Vasyanovych, la Atlántida del Donbass es el desentierro de la propia civilización para ponerla en pie de nuevo. Si algo se tragó la tierra, fue la normalidad.

Poniéndose cinco años en el futuro, esta utopía prevé en el fin de la guerra un país completamente desballestado. Incluso hay un tinte de ciencia ficción cúando el  jefe de la indústria siderúrgica, una especie de «Gran Hermano» anuncia el cierre de la fábrica, donde antes se animaba a la producción con películas panfletarias. Ucrania era una de las naciones más ricas en materias primas (metales, energías) todavía hace diez años, por no contar que en su momento alimentó a toda la Unión Soviética gracias a sus abundantes cosechas de grano.

Gane quien gane, queda un país vacío, que cultiva esos trabajos de la muerte: desactivar minas de tierra, reconocer cadáveres. El protagonista ha pasado del infierno (la fundición) al páramo. Allí, acabada la penitencia de los remordimientos, los personajes deben de algún modo repensar quién eran antes de la guerra. La cámara toma distancia de los personajes, encuadrándolos junto al paisaje inerte, del color profundo del óxido o de la pizarra. El encaje romanticista incorpora las fuerzas de la naturaleza, especialmente el fuego y el barro. Y en este desarrollo, la humanidad es una fuerza de la naturaleza que puede transformar también la realidad. Hay un fuego interior, como demuestran las termografías.

Los diálogos apenas tienen alguna profundidad en los puntos de trama, en tres ocasiones y aun así de manera muy parca y sosegada: se habla de lo que se está haciendo con los cuerpos, el impacto medioambiental de la guerra y de la negación a irse. Unas pocas líneas clave entre montones de descripciones forenses que no tienen nada explotativo más allá del entumecimiento. Terriblemente pausada y arisca, Atlantis blande un mutismo propio del estado de shock.

Y por humilde que sea la película en su línea argumental (lo cuál me provoca un problema con el ritmo) se da una clausura tanto textual como simbólica, evoca un realismo lírico y tiene una textura propiamente tarkovskyana: el sonido de la tormenta violenta, las detonaciones, el silencio, los estorninos que levantan el vuelo… Y necesitas quedarte experimentando esa sensorialidad para que te calen los calcetines, y cuando ya no te sientes los dedos de los pies, descubres por sorpresa que te puedes poner en sus zapatos.

⋆⋆ ½

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