Por Ferran Calvet (Festival de Las Palmas)

El último trabajo del sevillano Manuel Muñoz Rivas, director de El mar nos mira de lejos, lleva un interesante recorrido festivalero, después de que se presentara, a inicios de año, en la sección Ammodo Tiger Short Competition del Festival de Rotterdam. Más recientemente, Málaga reconoció Aqueronte con la Biznaga de Plata al mejor cortometraje documental. Con este bagaje, la propuesta llega al Festival de Las Palmas de Gran Canaria, enmarcado en la sección Panorama España, junto con las mejores películas independientes autóctonas de la temporada.

Muñoz Rivas nos presenta, en un metraje de algo más de veinte minutos, un viaje entre orillas del Guadalquivir en un transbordador que transporta, con sus vehículos, a personas de diferentes edades y condiciones que poco a poco se van desvelando frente a la cámara, siempre de forma discreta, a través de rostros cortados y reflejos entre cristales y retrovisores. Con voces que en ocasiones parecen extradiegéticas, pero que en otras muchas logramos identificar, el director traza un misterioso filme que transita entre el falso documental y el thriller.

Si atendemos al valor simbólico que históricamente se ha atribuido al viaje en la historia del cine, el corto, pero aparentemente interminable trayecto de Aqueronte presenta el paso implacable del tiempo a través de sus personajes. Estos personifican las cuatro fases vitales del ser humano, cada una arquetipada por caracteres determinados, pudiendo ser interpretado cada corte como elipsis que desafían una impostada linealidad narrativa. Así, se encontraría sentido a la referencia mitológica del título, el del río griego que en la mitología antigua un barquero pasaba las almas de los difuntos al inframundo.

Aun así, el viaje de Aqueronte se presenta también como este momento de trance que supone todo desplazamiento, de intimidad compartida con el resto de los ocupantes, ya sean escogidos o designados. Aunque el filme de Muñoz Rivas también tiene algo de viaje en el tiempo: en la era de la inmediatez, los vuelos low cost o la fibra óptica, la parsimonia de un pesado trasbordador ralentiza el ritmo (auto)devorador de sus pasajeros.

De las dos partes en las que se divide el metraje, la segunda es, seguramente, la más evocadora, y la que aporta más fuerza a la película. A través de una hipnótica atmósfera, un filme que parecía tener un perfil más etnográfico muta en una cinta inquietante, capaz de estremecer al espectador con planos de gran potencia visual y sonora. El autor, además, retoma el hilo del Guadalquivir como fuente de intriga, encontrando una esencia que también desprendía La isla mínima de Alberto Rodríguez, acercando así la narración a este trance hacia el inframundo que significaba, en la mitología griega, el viaje dirigido por el barquero Caronte.

Aunque cambiemos la antigüedad por los tiempos actuales, y la antigua Grecia por la moderna Andalucía, este trayecto fluvial tiene el sentido que nosotros le queramos dar. ¿Llegar a la orilla es el final? ¿De qué? Sin duda, la propuesta de Manuel Muñoz Rivas es una de las más sugerentes de la temporada cinéfila.

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