‘After my death’: Querer morir primero [Sitges 2018]

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Uno de los pecados del film es casi no arriesgarse, y provocar la risa en los momentos que lo intenta. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

Primer día del Sitges más esperado. Dejamos atrás un día soleado para adentrarnos en la oscuridad de la Sala Tramuntana y en la incertidumbre de la sección Noves Visions, característica tanto por las joyas que se descubren como por los momentos de incertidumbre y somnolencia. Tras años centrándome casi únicamente en la Sección Oficial y entrando y saliendo del Auditori, decido aproximarme a esta sección paralela que seguramente es la que cuenta con las apuestas más arriesgadas del certamen.

En pantalla, After my death, del director coreano Kim Ui-seok. El film trata la desaparición y posible suicidio de una joven en extrañas circunstancias. A partir de estos hechos, se abre una investigación que comienza a desvelar los posibles motivos de esta desaparición. Todo indica que dos chicas de su clase sabían de sus intenciones e incluso fueron quienes la animaron a quitarse la vida.

Este macabro argumento concuerda con casi todo lo que se ve y sucede en la cinta. Sin dar casi ni un respiro, nos encontramos delante de una consecución exagerada de enfrentamientos y momentos tensos que no vislumbran el motivo real del film. Verdaderamente a nivel personal, no se me ha permitido acabar de entrar del todo en la trama, ni entender a qué venía todo esto. El guion parece preparado para dejar desamparado y descolocado a aquél que intenta entender toda esta problemática.

Lejos de centrar el foco exclusivamente en descubrir cuáles fueron los motivos de esta desaparición, en las relaciones de la chica o la situación de la madre –quizás la única que provoca algo de conmoción-, el guion intenta centrarse en todo esto y más, y finalmente acaba centrándose en nada. Si toda esta trama no se canaliza hacia ningún lado en concreto, corre el riesgo de perder cualquier tipo de sentido e interés, y es justo lo que sucede en la cinta de Kim Ui-seok.

Quizás salvaríamos algunas imágenes potentes, como alguna escena costumbrista que deja catatónico, aunque tampoco destaque por el riesgo que toma. De hecho, uno de los pecados del film es casi no arriesgarse, y provocar la risa en los momentos que lo intenta. Sí, beber a morro de un bidón de gasolina o intentar autolesionarse con un cuchillo de mantequilla, es gracioso si se hace con mal gusto.

La película realmente podría ser peor, no acaba de derrumbarse del todo. Pero sus malas decisiones la convierten en un trabajo completamente olvidable. Si no se conecta ni empatiza con nada de lo que se muestra, es porque el autor ha renunciado a hacerlo en favor de elaborar un relato anárquico que nunca toma una dirección en concreto.

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