‘Una escuela en Cerro Hueso’: ¿Por qué no habla? (Berlinale 2021)

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La película de mención especial en la Generations de la Berlinale busca su conflicto entre la normatividad y la experiencia propia. El objetivo del film es romper una lanza por la escolarización de todos los niños, y reparar el estereotipo del niño que se mece tapándose los oídos cuando hay demasiado ruido. | Por Zep Armentano

Por Zep Armentano (Festival de Berlín)

Ema es una niña más táctil que verbal. Le gusta perfilar figuras con su dedo, esconderse tras las cortinas, jugar con muñecos, pintar con lápices de colores. Los padres de Ema consiguen llevarla a la escuela por primera vez en Cerro Hueso, una escuela rural, después de ser rechazados repetidamente por su autismo. No debe ser fácil, pues Ema todavía no ha aprendido a hablar con seis años. Al conocer los bailes tradicionales, no los entiende, ella cree sencillamente que los niños se dispersan y que la clase debe haber terminado. Los avances son siempre tímidos y difíciles de medir. Pero Ema es ante todo una niña tranquila y cariñosa. Ema es un pequeño galimatías, pero en la pantalla de cine el acercamiento se vuelve fácil en tanto que los espectadores se proyectan en los personajes.

La película de mención especial en la Generations de la Berlinale busca su conflicto entre la normatividad y la experiencia propia. El objetivo de Una escuela en Cerro Hueso es romper una lanza por la escolarización de todos los niños, y reparar el estereotipo del niño que se mece tapándose los oídos cuando hay demasiado ruido. La aparición más reciente de este lastre de representación tiene apenas dos semanas y es el personaje de Maddie Ziegler en Music, y no todo el mundo conoce a nadie del espectro autista para sacudirse el fatalismo.

Aunque melancólica, con una atmosfera soñada de infancia, la película no niega el dolor, confiriéndole a la madre un hieratismo a la par de Juana de Arco de Dreyer. Por contra, la moraleja es optimista, los lazos son fuertes entre Ema, sus papás y sus compañeros de clase. Nadie se mete con ella, nadie pregunta nunca «¿por qué no habla?». Al igual que Ema, sus padres también se están adaptando al nuevo entorno, y deben superar ellos también el juicio de sus vecinos.

Aunque no nos engañemos, todo es afable para no añadir más peso sobre los padres protagonistas, que suficiente tienen, o para no manchar la inocencia de la película que es clave en su mensaje. A momentos, uno no sabe si el tema de la película es la búsqueda de comunidad, la voz, la sobreprotección. La cuestión es que se contiene en todo ese corolario de temas que se exponen sin sacarles el potencial. Incidimos en la yuxtaposición de la voz en off en sus momentos más profundos, que parece cortado en su momento más álgido. En lo filosófico, la voz es una fantasmagoría, que se entiende a veces por la misma alma o esencia más allá del cuerpo.

Como cualquier avatar mudo de videojuego, la protagonista puede ser acercada como un muñeco. A su alrededor, hay por costumbre asirla por sus manos, vestirla, acicalarla, guiarla en el día a día en lo que es mejor para ella. Acostumbrados a la voz suave de magnetófono, la voz ignota de la niña acecha desde otro mundo. Esa puede ser una pista de que Ema tuvo que luchar contra la protección de sus padres en el futuro en la vida real al desarrollar «la propia voz», algo que le habría dado un segundo golpe de giro muy interesante a la narración pero que quedó sólo para nuestras hipótesis para priorizar el mensaje social.

A pesar de quedarse a menudo en el enunciado, su corta duración promete un rato conmovedor, dulce y de digestión fácil.

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