‘Suspiria’: La danza de la muerte [Sitges 2018]

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El error principal es creer que estamos delante de un remake de la original de Argento. Mal. Estamos delante de la Suspiria de Guadagnino. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

Presentar a Guadagnino, Tilda Swinton o Dakota Johnson en este texto sería faltar el respeto a quién quiera que me lea, así que no lo haré. Por el mismo motivo, recordar que Suspiria es una de las cintas con más hype del año también lo sería. Pero me veo incapaz de enumerar todos los motivos que provocaron tal expectación en las jornadas anteriores a su primera proyección en Venecia. Pero justo en la cresta de la ola: pum. Llega una parte de la crítica y se la lleva por delante. La ola baja. Unas semanas después, Suspiria le sirve a Sitges como carta de presentación –servidores colapsados, sold outs, reventa de entradas…– y como reivindicación de su apuesta por el cine de género. Pero sigue esta insistencia de público y crítica en mirarla con lupa, como buscando algo que desbanque a los fanáticos que, todavía sin verla, en agosto hablaban de Suspiria como la mejor película de todos los tiempos.

Y como en todo, la realidad no es tan ni tan poco. El error principal es creer que estamos delante de un remake de la original de Argento. Mal. Estamos delante de la Suspiria de Guadagnino. La película de 1977 le sirve al autor de Call me by your name de chasis, de mera estructura. Encima de esta, construye una escena completamente propia, que tan solo alude a sus orígenes en algunos puntos muy concretos, como para no traicionar a sus orígenes. La pregunta ¿remake u original? –que proviene de la clásica ¿libro o película?– queda completamente obsoleta, porque no hay remake.

Uno de los retoques más significativos es la contextualización de la historia en el Berlín del 1977. Si Argento situaba la academia en Friburgo, Guadagnino nos la sitúa en la capital alemana. Pero esta localización está expresamente preparada para imponernos unos hechos históricos y sociales en concreto. No sólo esto, además la academia se encuentra frente a frente con el Muro. Y la pregunta es: ¿qué relación tiene todo esto con la trama del film? Ninguna. El director italiano nos quiere situar en unos hechos muy concretos que al fin y al cabo no influyen en nada. Si a Argento no le preocupaba en absoluto lo que pasara fuera, a Guadagnino le importa lo que pasa a fuera y adentro, y esta dualidad no le funciona por la inconcreción que adquiere lo primero. Es por esto que estamos delante de una hipercontextualización casi tan obsesiva como innecesaria.

En cambio, el film está repleto de puntos positivos que no deberían obviarse. Uno de ellos, las escenas de baile y en concreto las dos que tienen más peso en la historia. Una coreografía bien ejecutada apoyada por una musicalidad y tensión que valorizan estos dos momentos. A pesar de esto, Dakota Johnson no parece estar al nivel de las mejores bailarinas que se han visto en la gran pantalla. Entonces, ¿cuál es el mayor logro de Johnson en este trabajo? Alejarse de su imagen cliché de 50 sombras y actuar junto a Tilda Swinton, quién sí que borda su papel solo con su presencia.

Las buenas resoluciones de la obra llevan por buen camino la mayor parte de ella. Estética impecable, espacios asfixiantes, dureza con sus personajes e interesante profundización de algunos de ellos. Pero hay un momento en que Guadagnino dice basta y decide romper con todo. Con Argento rompe des de la primera escena, pero diferente es romper con uno mismo en la misma cinta. A veces creerse capaz de dar sentido a lo que no tiene puede pasar factura, y en este caso el autor confía demasiado en sí mismo y en sus métodos. El resultado es una decaída evitable, basada en una incomprensión provocada y una resolución de aquello más retorcida.

A Luca Guadagnino no se le puede retraer que se haya arriesgado. Verdaderamente, si no lo hubiera hecho, nos quejaríamos de ello. Pero sí que haya tomado decisiones equivocadas en ciertos momentos y que deje tantos puntos sin concretar después de más de dos horas de metraje. Obsesiones como la contextualización, los bailes satánicos o la vida de algún personaje secundario desbancan a Argento para dejar paso a un film con pretensiones de profundidad y reflexión, desperdiciado en su último acto.

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