Sitges 2019| Día 3: Vampiros, aliens y encierros

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El tercer día de vorágine continúa siendo una bacanal de género más que disfrutable para los amantes de este. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

El mítico sábado de Zombie Walk ha llegado y con él un Sitges a rebosar de asistentes y zombies callejeros ultramaquillados que, cabe decir, reducen considerablemente la posibilidad de aparcar con comodidad. Dejando las quejas viales a un lado, el tercer día de vorágine continúa siendo una bacanal de género más que disfrutable para sus amantes, alimentado por la presencia del legendario Charles Band.

A nivel personal, el día de hoy tiene un nombre: Joe Begos y su VFW, una cinta en la que suenan con contundencia los ecos de Carpenter y su Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976), pero que derrocha todavía más brutalidad que su referente, siéndole fiel a grandes y pequeños rasgos sin resultar una copia pedante e insulsa. Aun así, Begos le añade a la trama una grieta generacional que se usa, en parte, como justificación de la contienda. Por un lado, los veteranos de guerra que no sacan Vietnam de sus cabezas –ni de sus conversaciones–, y por otro una generación perdida por la droga y el dinero, con una pose próxima a la de los villanos post-apocalípticos de Mad Max.

La estética de la película tampoco puede pasar desapercibida, una fotografía rojiza que nos trae a la cabeza el Noé más puro o el Winding-Refn más estético. Dos nombres amados por el festival, igual que el de Begos a partir de ahora, quien por más inri no presenta solo esta película, sino que su otra producción de este año, Bliss, se encuentra en la sección Midnight X-Treme del certamen recibiendo buenas valoraciones y alimentando el hype de quien suscribe estas líneas.

Pese a esa gran sorpresa, que ha llegado casi por accidente, el resto de propuestas, en general, no han acabado de convencer del todo. Por un lado está la cinta Carmilla, dirigida por Emily Harris y basada en la novela homónima de Sheridan Le Fanu, un clásico de la literatura de vampiros llevada al cine en varias ocasiones, siendo, quizás, la adaptación que Vicente Aranda realizó el año 1972 bajo el título La novia ensangrentada la más significativa, película que llegó al mismísimo Tarantino, que en 2004 bautizaría el segundo capítulo de Kill Bill Vol.2 con el mismo título.

Anécdotas a parte, la Carmilla de Emily Harris, que se encuentra en la sección Noves Visions, no está destinada a tener la posteridad de la película de Aranda, pues su innovación es tan poca, que por muy correcta que sea su ambientación y su aura gótica, no consigue aportar nada nuevo, sino que más bien cae en los tópicos del relato de terror juvenil tradicional. La búsqueda de la sensualidad a través de la pureza y la inocencia –o quizás no tanta– de las dos protagonistas no conmueve ni altera. Poco se puede sacar de ahí.

Algo más sorprendente y alocada es Historia del planeta verde, de Santiago Lorza, un film argentino que pasó por la Sección Panorama en la última edición de la Berlinale. La propuesta de Lorza resulta significativamente singular e inaudita. Tres amigos de la infancia que un día fueron los raritos de la clase, un extraterrestre congelado como legado de una abuela, bosques no demasiado frondosos y bares musicales. Estos son los highlights que utilizaría para definir la rareza de una cinta que pese a prometer bastante al principio a raíz de su excentricidad, termina por estancar injustamente la vertiente enigmática y, en cambio, intenta profundizar en la incomprensión y marginalidad de sus tres protagonistas. Una oportunidad perdida para realizar un relato fresco e irónico, quedándose así en una película ensimismada en sus preocupaciones existenciales.

El cine español ha tenido un gran protagonismo en la jornada de hoy con la presentación de Ventajas de viajar en tren, de Aritz Moreno, aunque la elegida ha sido La jauría, de Carlos Martín Ferrera, nombre habitual en Sitges, donde se consolidó con su ópera prima, Zulo, el 2005, y que el año pasado ya firmó su presencia con la regular El año de la plaga. La jauría es, a estas alturas, un extraño dejavú, ya que el primer día de festival ya nos encontrábamos, en 4×4 de Mariano Cohn, el encierro en un vehículo como venganza personal y social. En vez de uno, ahora nos encontramos a cuatro reprobables tipos encadenados a un coche sin posibilidad de pedir auxilio ni escapar. No sobra tensión ni ritmo en una película que acaba cayendo en un argumento muy difícil de comprar por su oportunismo y por su irracionalidad, más que por el argumento en sí. Pretenciosidad sin límites y ganas descaradas de gustar a cualquier precio.

 

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