Sitges 2019| Día 2: Familia, pasado y tradición

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La segunda jornada de festival ha destapado, al fin, algunas de las cartas más valiosas de su programación. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

La segunda jornada de festival ha destapado, al fin, algunas de las cartas más valiosas de su programación. Hoy, la carga de películas ha sido mayor y las sensaciones son muy diferentes a las de la jornada de ayer, todavía de acomodación personal y programática. Como hecho relevante, Nikolaj Coster-Waldau, más conocido por su papel de Jaimie Lannister en Juego de Tronos, ha sido la cara más conocida de la alfombra roja del festival, en motivo de la presentación de Suicide Tourist, dirigida por el danés Jonas Alexander Arnby. El paso del bueno de Jaimie representa, sin duda, un gran atractivo a nivel mediático para el festival, que esta edición no cuenta con invitados colosales como algunos que pasaron por el Auditori a recoger el Gran Premio Honorífico años anteriores. Sin desmerecer a Sam Neill, un invitado de lujo, sin duda.

La mayor sorpresa de este second round, a nivel personal, viene de la mano del documental español Sesión salvaje, de Paco Limón y Julio C. Sánchez, que se encarga de reivindicar el cine de género español des de sus orígenes en el tardofranquismo hasta bien liquidada la transición. Una fase de la historia del cine descaradamente olvidada y menospreciada, seguramente por razones que van des de las dificultades en las que sus máximos exponentes se encontraron al elaborar estos productos hasta el prejuicio de las élites académico-intelectuales para estudiar un cine considerado de segunda por la aparente ausencia de un trasfondo intelectual que quizás sí que tenían otros cines de la época.

El documental no solo reivindica este cine de explotación sino que busca y encuentra lo que España ha aportado al género aun encontrándose en una posición marginal respecto otras cinematografías de terror del momento. Un acierto total.

La segunda dosis del día ha venido de parte de Ready or not, cinta norteamericana dirigida por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, una película con ADN Sitges y con un planteamiento tan cómico como inquietante y cruel. Pese a la previsibilidad de la resolución des del momento en el que se plantea el quit de la trama, la intensidad del film hace que esto termine sin ser importante, convirtiendo el ritmo de la película en un fin en sí mismo que vale la pena disfrutar. A la vez, la cinta de Bettinelli-Olpin y Gillett significa una curiosa parodia de la tradicionalidad y la moralidad de algunas familias aburguesadas, a la vez que plantea el matrimonio como una atadura más moral y familiar que no sentimental.

Pupi Avati se ha encargado, en la sesión de tarde, de seguir tirando de este hilo que establece la perturbadora relación entre la familia, la tradición, la religiosidad y la moral. El director italiano de culto, uno de los instigadores del Giallo, no solo es reconocido en el festival con el Premio Nosferatu, sino que además presenta su último trabajo, Il signor diavolo, demostrando así su incansable vitalidad y su fidelidad al género. La película en sí no aporta nada nuevo, se trata de una cinta oscura que se convierte paulatinamente en un semi-thriller policíaco que narrativamente se deshincha y no plantea puntos de unión entre aquello que plantea y aquello que realiza.

Avati tiene poco que demostrar a estas alturas, pues su leyenda ya está escrita. Con esta cinta, que encara la niñez y la interferencia de la fe en ella, mezclándolo con un trasfondo electoral bastante gratuito y el asesinato con tirachinas de un ser que es hijo de una mujer que fue inseminada por un cerdo, el cineasta italiano parece querer seguir disfrutando de lo que realmente le conmueve.

El hilito de la familia, la moral y la tradición sigue presente en la que quizás es la propuesta top del día y de lo que va de festival, The lodge, de Severin Fiala y Veronika Franz. La cinta es un nido de referencias a algunos de los tópicos que caracterizan el género: el aislamiento, la consciencia, la religión, las sectas, el pasado, el tormento, el pecado. No es en balde que cuando los protagonistas se sientan a mirar una película, esta sea La cosa de Carpenter. Honesto detalle. Un film sin compasión, puro aire fresco para el cine fantástico de la mano de dos directores que en su día ya lo aportaron con Goodnight Mommy (2014), también presente en la Sección Oficial de Sitges.

Por último, dejando ya el hilo conductor de lado, una de las cintas que personalmente más ganas se tenían de ver, Paradise Hills, primer largometraje de la directora española Alice Waddington. Sea cual sea el motivo por el que la directora bilbaína ha podido gozar de tantos recursos en su primera película, este aspecto se debería de reconocer ya de por sí. También debe de reconocerse su principal localización, la casa del escultor Xavier Corberó, un gran laberinto arquitectónico y escultórico situado en Esplugues de Llobregat, perfectamente explotable como centro de reclusión distópico. Aun así, estéticamente la película chirría estrepitosamente, con un estilo que navega entre lo hortera y lo kitch, un homenaje al mal gusto.

El aspecto narrativo de la cinta –que se debe, en parte, a Nacho Vigalondo–, tampoco ayuda a olvidar el patinazo estético. La película no encuentra su sentido hasta bien comidas las uvas, aunque cuando lo encuentra lo hace bien, planteando como problemática la cultura de la sustitución, la reprogramación y la remodelación de lo que no consideramos útil. Obsolescencia programada.  Una crítica dirigida a la sociedad de consumo con la intención de remarcar y justificar el trasfondo distópico de la cinta. Difuso, como la película en sí.

Lo bueno ya se deja ver en Sitges y las pequeñas decepciones también, pero estas segundas no deslucen, para nada, una jornada repleta de buenas referencias. Quedan todavía ocho días de fantástico en vena.

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