Sitges 2019| Día 0: Reflexiones previas

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Esto parece que ya es una realidad. Estamos a las puertas del arranque de una nueva edición del Festival de Cine de Sitges, la 52ª de su historia y la 6ª de quien suscribe estas líneas. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

Esto parece que ya es una realidad. Estamos a las puertas del arranque de una nueva edición del Festival de Cine de Sitges, la 52ª de su historia y la 6ª de quien suscribe estas líneas. Pero antes de comenzar con el seguimiento del festival, ya sea a través de las crónicas que diariamente se publicarán en esta web o de los comentarios en redes sociales (Twitter o Instagram) –tanto en mi personal como en la de la revista–, veo necesario lanzar, a modo de previa, una reflexión sobre como se ve obligada a ser una cobertura periodística de un festival como el de Sitges, con más de 200 películas programadas en 5 espacios/pantallas funcionando casi las 24 horas del día.

A la vez, esta reflexión no deja de ser otra aportación a una pregunta que cada vez resulta ser de más necesidad: ¿para qué sirve un festival de cine y qué papel debe de tener la prensa acreditada en él? La cuestión da para una discusión maratoniana, con puntos de vista e interpretaciones diferentes, pero veo necesario que todo crítico que se enfrente a un festival se plantee con antelación de qué manera va a usar la carta de privilegio que posee, con la posible influencia que este puede tener sobre el pensamiento cinematográfico y cultural de sus lectores potenciales. Solo desde este planteamiento se puede llevar a cabo una cobertura rigurosa y sincera, que no se deja llevar por el excelente ecosistema que forma el festival durante sus diez días y se preocupa por las películas, por su significación dentro del festival, dentro de la cinematografía de su autor o de su país, o incluso dentro la propia sociedad. Como mínimo así es como lo entendemos aquí, aunque hay quienes ven el certamen como un espacio en el que se proyectan películas que necesitan ser comprendidas de forma individual e independiente, estableciendo el sentido crítico sólo en ellas mismas y no en el conjunto que conforman en una programación.

Por otro costado, esta búsqueda de significaciones programáticas puede resultar engañosa sobre todo en un festival como el de Sitges. Ya hemos dicho que el festival catalán proyecta más de 200 películas, todas ellas repartidas en distintas secciones y sesiones especiales. Dicho de otra forma, es imposible abastar todas las propuestas que plantea Sitges durante sus 10 días de duración. Esto quiere decir que el posible relato que se puede contar en una crónica diaria o final nunca acaba de ser del todo cierto, si acaso sintomático. Pensemos que el mejor bono de prensa del festival permite asistir al acreditado hasta a 50 pases en todo el certamen sin contar los mañaneros de las 8:30, a los que no hace falta pedir pase. En el mejor de los casos, el periodista más curtido –y con la patología más grave– asiste a 60 proyecciones, que acaban siendo una cuarta parte de todo el festival.

Es por esto que lo visto y vivido no solo depende de las impresiones propias sino de la elección de un itinerario que no tiene por qué ir solo por la vía de la Sección Oficial. El mismo festival es el primero en reivindicar sus secciones segundarias, Órbita y Noves Visions, que por cierto, son las que han mantenido el espíritu del fantástico en muchas ediciones del certamen. Así que al final la visión que cada uno –espectador o periodista– se lleva del festival es una mezcla de secciones, espacios y propuestas que posiblemente pocas personas comparten. Al fin y al cabo, y aquí quería yo llegar, este será el tipo de cobertura que llevaremos a cabo: heterogenia, con ganas de descubrir las nuevas propuestas del fantástico y de conocer las cintas ya consolidadas y envueltas de un cierto hype. ¡Allá vamos!

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