‘Memoryland’: Las dimensiones de la muerte

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‘Memoryland’, el segundo largometraje de la directora vietnamita Kim Quy Bui, arranca con la muerte de una mujer llamada Me, que a través de una voz en off pide un entierro sencillo y cerca de su hogar. | Ferran Calvet

Por Ferran Calvet (Berlinale 2022)

Memoryland, el segundo largometraje de la directora vietnamita Kim Quy Bui (The inseminator, 2014), arranca con la muerte de una mujer llamada Me, que a través de una voz en off pide un entierro sencillo y cerca de su hogar. Su familia le brinda un funeral acorde con las tradiciones de su cultura y región. Al final del ritual, los entornos campestres que hasta el momento habían copado el espacio, se sustituyen por un crematorio que convierte el féretro en cenizas. El destino es el mismo para Doan, un trabajador que muere en un accidente laboral unos años antes y deja viuda a Moc Mien, quien recoge sus cenizas al tanatorio para guardar un largo luto. La muerte, en Memoryland, funciona como origen y como consumación. Compuesto en tres actos que marcan un determinado espacio y tiempo, se presentan tres historias que tienen el tránsito y sus efectos como elemento común. 

Las primeras imágenes que nos concede el film -una coproducción vietnamita y alemana-, podrían pertenecer a una cinta documental, por mucho que en la primera muerte veamos cómo el alma de Me se separa del cuerpo y echa a andar de forma fantástica. El ritual funerario ligado a esta zona de Vietnam se representa con total verosimilitud, provocando que aquellos que nos adentramos a las películas con la mínima información previa nos creamos que estamos ante un documento antropológico riguroso. Algo similar pasa cuando visionamos la reciente The Medium (Banjong Pisanthanakun, 2021). Con estos primeros compases de índole costumbrista, Kim Quy Bui (que también se ha encargado del guion del filme) pone sobre la mesa la importancia del rito fúnebre en la gran mayoría de culturas, cuyas maneras definen parte de la idiosincrasia de etnias y colectividades. 

El golpe visual que resulta de la cremación del cuerpo es la punta del conflicto moral y ético que expone la cinta, que deja de lado su vocación documental y se reconoce como ficción a través de actuaciones algo exageradas y poco medidas. A partir de estas dos muertes, donde no solo se señala el atípico acto de cremación, sino también la ignominia de los costes de un ritual funerario, se exhibe una desavenencia generacional y geográfica. Es por esto que el capítulo más significativo de Memoryland es el tercero, titulado This-World, en el que una pareja de ancianos que no quiere pasar por el crematorio se encarga de organizar su propio entierro en vida como un acto de rebelión. Al inicio de la película, poco después del primer funeral, ambos aparecían cavando un agujero y jurando que cuidarían al otro de ser incinerado.

Si bien las líneas temáticas que Kim Quy Bui traza son transparentes, molesta cierta equidistancia en la posición que el filme toma. En un inicio, parece quedar claro que a la directora le preocupa la incursión de elementos modernos y urbanos en sociedades rurales que viven apegadas en costumbres ancestrales, llegando incluso a afectar al proceso de vela. Esta linde, pero, se va difuminando a medida que el metraje avanza y el dilema entre lo viejo y lo nuevo no termina de abordarse, dando paso al seguimiento de algunos personajes en su luto y a una contemplación de espacios desolados por el óbito y la decadencia. Así pues, desde el momento en el que estas inquietudes no se ven resueltas, Memoryland se convierte en una crónica social algo plana. Volviendo a la referencia del film de Pisanthanakun, el de Kim Quy Bui tiene en común que también adolece un cierto desinterés a medida que el reloj avanza. 

Pese a perder la oportunidad de explotar la tensión de estas dos realidades, Quy Bui sí acierta en la forma como trata la imagen y hacia donde dirige el objetivo. Los espacios y localizaciones van a tono con la aflicción que se desprende por todos los costados del film, consiguiendo una representación idealizada de la desolación periurbana, así como de los emplazamientos funerarios. Gracias a ello, nos conmueven escenas como la quema de objetos por parte de Moc Mien delante del altar de su marido, o incluso ella misma vagando por las calles de la pequeña aldea. Para ser sinceros, el aspecto visual se convierte en el mejor aliado de la directora después del flojeo de la trama y el justo trabajo actoral, ayudando así a la película a no desfallecer a media carrera. 

Cabe destacar, también, la coraza emocional con la que se reviste una película que, al fin y al cabo, habla de la relación del ser humano con la muerte y su asimilación. Quizás lo convencional sería que, en algún momento, desde la pantalla se apelara a los sentimientos del espectador, buscando emociones empáticas o incluso melancólicas. Lo que sucede es lo contrario, y aunque no se puede apuntar a la lista de pegas del filme (porque tomar cierta distancia del receptor es más que respetable), llama la atención y convierte el film en un producto más insólito -todavía-. Aunque no se trate de una cinta redonda, Memoryland tiene la capacidad de maravillar con sus puntos fuertes y rarezas.

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