‘Mandy’: Cage desencadenado [Sitges 2018]

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No es hasta su mitad que la cinta no decide aparcar sus tendencias narrativas soporíferas y desencadenar a Cage y su sed de venganza. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet 

Nicolas Cage ha sido el responsable de un día grande en Sitges. Baño de masas y Auditori lleno para ver como recibe el Gran Premi Honorífic del festival. Pero no sería él el encargado de presentar la película que, de hecho, venía a presentar expresamente. Su director, Panos Cosmatos, un tío peculiar que des del viernes se pasea por el Melià camuflado bajo una gorra, aprovecha la calma post-tormenta nicolascageana para hablar de su obra. No es la primera vez que un trabajo del director italo-canadiense pasa por Sitges. En 2010, su ópera prima Beyond the Black Rainbow se proyectó en la sección Noves Visions, recibiendo una cálida acogida.

Pero el público tenía ganas de ver el Cage desatado con la cara llena de sangre ajena que había visto en las imágenes promocionales, y así lo gritaba a viva voz. Pero esto se haría esperar, y mucho. El ritmo pausado del film, que se toma una hora para plantear su desarrollo, parecía ser solamente sostenido por el aspecto visual. Visualmente, Mandy es lo más potente que se puede ser. No hay ningún pero. Cosmatos y su equipo de fotografía crean una obra de arte en cada encuadre, llegando a la cúspide en unos exteriores enrojecidos diabólicamente.

Sin la intención de parecer demagogo, otro de los puntos que acompañan a la impecable imagen del film es la banda sonora creada por Jóhann Jóhannson, fallecido el pasado mes de febrero, siendo Mandy su último trabajo. Todos los elementos que se disponen están explícitamente usados para provocar una atmosfera satánica y oscura, y musicalmente es como más se contribuye en ello.

No es hasta su mitad que la cinta no decide aparcar sus tendencias narrativas soporíferas y desencadenar a Cage y su sed de venganza por el asesinato de su chica –Mandy­– en manos de una secta. Es como si liberaran a un león de su jaula sabiendo que va a morder al primero que pase. Cosmatos lo sabe y lo hace, quizás demasiado tarde para los espectadores impacientes. Es entonces cuando comienzan los gemidos y la sangre, alimento favorito del público de Sitges.

Una vez liberado Cage de unos diálogos que le atan en la nada, desaparece casi cualquier tipo de diálogo para dejar paso a la violencia –casi– gratuita y a duelos con predecible ganador. Que el film sea tan previsible es una de sus peores caras, pero peor le sienta que el despegue que iba a realizar en su segunda y revitalizada parte, se vaya frustrando a medida que se ralentiza otra vez la acción.

Al final, Mandy es un lucimiento visual y ambiental y otra muestra de que Cage es un actor polifacético y atrevido, pero no tiene el suficiente valor como para elevar sus pies del suelo. Es quizás de lo más interesante que se ha visto hasta ahora dentro de la Sección Oficial, pero no se espera que las proyecciones previstas para los próximos días le dejen alargar este extraño honor.

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