‘Los caballos mueren al amanecer’: Fantasmas del pasado

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En ‘Los caballos mueren al amanecer’, Ione Atenea nos muestra el estado de su nuevo hogar en Barcelona, lleno de trastos de los antiguos propietarios, en lo que parece, más que un piso recién alquilado, un mercado de pulgas, una extensión de la parte baja de Los Encantes barceloneses.

Por Ferran Calvet 

El segundo largometraje de Ione Atenea ha sido uno de los triunfadores del recién terminado Festival de Las Palmas, dónde se ha alzado con el Premio Panorama España, una sección que por primera vez ha sido de carácter competitivo. A este triunfo, se le suma la proyección del documental en la sección Un Impulso Colectivo, en el Festival D’A Film Festival de Barcelona, el certamen que marca el inicio de la primavera cinéfila barcelonesa.

En Los caballos mueren al amanecer, Ione Atenea nos muestra el estado de su nuevo hogar en Barcelona, lleno de trastos de los antiguos propietarios, en lo que parece, más que un piso recién alquilado, un mercado de pulgas, una extensión de la parte baja de Los Encantes barceloneses. La misma directora, que actúa a la vez de narradora, señala que el ambiente en la casa es como si alguien todavía viviera allí, como si los fantasmas de los antiguos propietarios, los hermanos García, se encontraran entre sus pertenencias. Estos fueron una generación de artistas que a su muerte dejaron todo su legado fotográfico, epistolar, documental y artístico entre las paredes del que ahora es el nuevo hogar de Ione. Este es el pretexto que utiliza la autora para llevar a cabo el filme, que se erige a partir de la exploración de archivos ajenos, que funcionan como objets trouvés que quedaron olvidados tras la muerte de Rosita, la última de la familia en morir, tres años antes de la llegada de Atenea al piso.

A lo largo de la cinta, Ione tiene la intención de desgranar las biografías de los tres personajes, de los cuales el más exitoso fue Antonio, dibujante de cómic para la Editorial Bruguera antes de saltar al mercado internacional. Pero esta narración biográfica, que al fin y al cabo se produce a partir del encaje de piezas llevado a cabo por la autora, gana interés gracias a una serie de fotografías encontradas en los mismos archivos, en las que los hermanos García se visten, actúan y posan como personajes de películas del oeste, de gánsteres y de otros géneros pulp de la época, en unos documentos que parecen sacados de rodajes, pero que, según las suposiciones de la autora, los protagonistas hacían con el designio de escapar de los tiempos oscuros provocados por la dictadura.

A medida que el metraje avanza, uno se va dando cuenta de un hecho que la autora no tarda en reconocer, y es que ha desarrollado una obsesión con las vidas de los hermanos García, según ella, hasta el punto de olvidarse hasta de la suya propia. Si visto de una forma racional, la autora tiene un encuentro casual con todo este material y decide aprovecharlo, los supersticiosos podremos pensar que es este material, dotado de un extraño hechizo en su interior, el que encuentra a Ione y no al revés. La autora, al final, podría funcionar como una especie de médium, de interlocutora de unas voces que provienen de la Barcelona de mediados de los cincuenta y quieren contar su historia setenta años después. En el filme, parece que los García vivieron para dejar este misterioso legado, y que la gran mayoría de los documentos tienen la vocación de perdurar y de ser encontrados por un sucesor, ni que sea ajeno a sus vidas. Los caballos mueren al amanecer podría ser la última palabra de los García, un grito desde los años más oscuros de la dictadura que por fin se puede escuchar.

Y es curioso que la culminación de este legado llegue en una era en el que lo físico es rehusado, y el apego de las generaciones más jóvenes hacia lo material es casi nulo. En la era de las nubes, la mensajería electrónica y la fotografía digital, una herencia como la que se encuentra Ione Atenea podría no tener ningún sentido. Y más, si reparamos en la juventud de quién lo halla. Y, todavía más, si reiteramos que se trata de una herencia que no proviene de alguien con quien la autora mantenía una relación de parentesco o estima. Este aspecto contiene evocaciones del reciente filme español La calle del agua, de Celia Viada Caso (2020) que, si bien no se nutre de material descubierto, sí que se caracteriza por mantener una distancia entre la narradora y su protagonista.

Estas distancias, a la vez, nos hacen cuestionar la credibilidad de los relatos. Dejemos la superstición a un lado y volvamos a la racionalidad que nos dice que Ione Atenea es la absoluta responsable de Los caballos mueren al amanecer. ¿Por qué deberíamos de creernos todo lo que nos cuenta? ¿Y si estas vidas, simplemente, no existieron? ¿Y, si existieron, y fueron completamente diferentes a lo que la autora interpreta? Es la magia del género documental y, sobre todo, del cine que se basa en el vaciado de archivos. Y aunque parece que Ione Atenea no tiene la intención de engañarnos, como hizo Nuria Giménez Lorang en My Mexican Bretzel (2019), sí tenemos claro que es una versión subjetiva y personal de la historia. Por lo que nos debemos preguntar: ¿Estamos ante un filme documental o ante una película de fantasmas?

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