‘La isla del tesoro’: El ocio de extrarradio

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Guillaume Brac firma lo que es un relato político en su máxima expresión a partir de múltiples relatos que ocurren en un parque acuático de las afueras de París. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

El 1 de julio comenzó la que seguramente será la tarea más difícil del verano para cualquier cinéfilo suscrito a Filmin: elegir entre las múltiples propuestas que el Atlántida Film Festival nos trae, por si no teníamos suficiente con lo que ya había en la plataforma. Listas, colecciones, canales… Puede resultar oceánico sin una pequeña guía, y es realmente lo que a servidor le sucedió. Visionar La isla del tesoro, cinta francesa dirigida por Guillaume Brac, fue fruto de la más retorcida casualidad, más bien gracias la confianza puesta en Cahiers du cinema, según los cuales esta cinta es una de las diez mejores del pasado año –compartiendo ranquin con Burning, The phantom thread o The house that Jack built, que no es poco–, aspecto que la misma plataforma no desaprovecha para anunciar en su abstracto.

También es verdad que una de las bendiciones del Atlántida es el acto aventurarse y dejarse sorprender por las propuestas más singulares del catálogo, más que buscar y rebuscar cuál puede ser la mejor opción para ver aquí y ahora.

Es un poco el caso de La isla del tesoro, una cinta que se perfila como atípica y que poco se espera uno lo que está a punto de proponer. El film nos sitúa en un famoso parque acuático del extrarradio de París, por donde transitan visitantes de todas las edades disfrutando de su tiempo libre y también trabajadores de seguridad que se ven envueltos en pequeños conflictos con niños y adolescentes que intentan saltarse las reglas del parque. Realmente el argumento es este, y por mucho que pueda parecer simple y plano, Guillaume Brac nos forma lo que es un relato político en su máxima expresión.

Primero de todo debemos de preguntarnos qué clases pasan por este parque acuático. La respuesta es rápida: la clase media-baja –más bien baja y multiétnica– parisina que no puede gozar de un paraje más exótico o interesante durante sus vacaciones o su tiempo de ocio. Es por esto que este se convierte inmediatamente en un filme político y a la vez sociológico, quién sabe si antropológico. La clase trabajadora gozando de su tiempo libre en un lugar no sólo creado para aportarles diversión, sino para satisfacer al capitalismo que saca partido del entretenimiento de estas clases. Por paradójico que pueda parecer, el punto fuerte del filme recae en no mostrar esas cartas de primeras y a la ligera, sino ir dejándolas caer poco a poco a través de las situaciones que plantea y los diálogos que nos presenta, apelando así a la comprensión entre líneas de todo el asunto.

La multiplicidad y variedad de personas –a modo de personajes– que Brac nos presenta también funciona como un mecanismo infalible dentro de un filme de este perfil. Sin conformarse con uno solo, el cineasta francés busca distintos pequeños relatos que nos acercan a una realidad que aunque dentro del parque pueda parecer curiosa e incluso divertida, deja claro en la mayoría de casos que fuera de las fronteras de este espacio artificial las cosas son bien distintas. Otro acierto de guion y de forma es echar la mirada no solo a los visitantes del parque, sino también al servicio de este, los cuales también se incluyen dentro de esta clase social trabajadora que no goza de más lujos que una playa artificial en las afueras de la metrópolis. De hecho, estoy convencido de que Brac atendió a esta conciencia de clase que rebosa por todas partes en el momento de decidir que el foco no se pondría solamente en los visitantes del espacio.

La artificialidad también apuntala este relato que pese a ser bello en sus formas resulta desolador en su fondo. La playa de agua dulce, la arena, los puentes, los prados… Todos los espacios forman parte de un todo artificial, conectando así el entorno con la vida moderna y a la vez desengañada que viven sus visitantes.

Con todo esto, en ningún momento la película cae en el pozo de la resignación, más bien apunta al anhelo de escapar de unos márgenes heredados y de una naturaleza que parece insorteable. Así el filme va cogiendo un tono casi melancólico, y acaba presentándonos el parque acuático como una especie de bucle, como la misma cárcel social en la que viven los sectores marginales y las clases bajas del extrarradio de Paris. El espacio de diversión termina representando la escenificación de una ineludible condena.

 

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