‘Girl’: Un intimismo doloroso

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La comprensión que el director muestra con su personaje es quizás el factor que permite el buen encaje de todas las piezas. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet

Dicen las buenas lenguas que los presentes en una de las proyecciones de Girl en Cannes se fundieron en aplausos durante unos minutos hacia lo que acababan de ver en la pantalla. Fue entonces cuando se confirmó su firme candidatura para hacerse con la Cámara de Oro, galardón que premia la mejor ópera prima presentada en el Festival–que finalmente logró-. La responsabilidad principal de este éxito recae en el director y creador de la obra, el cineasta belga Lukas Dhont, que tras trabajar en varios cortometrajes, se estrena con este drama intimista dispuesto a no dejar a nadie indiferente.

Pero no solo Dhont salió elogiado y premiado de Cannes, donde además su trabajo se hizo con el premio FIPRESCI de su sección. El actor que encarna la protagonista del film, Victor Polster, se llevó el Premio a la Mejor Interpretación de la sección Un Certain Regard. Polster se pone en Girl en la piel de Lara, una chica que nació con el cuerpo de un chico, y que desea ser bailarina de danza clásica. Lara debe luchar contra ella misma y contra su alrededor para conseguir todo aquello que se propone y empezar a ser quién ha decidido ser.

Los aciertos de Dhont en el sentido más cinematográfico se denotan des del comienzo y se confirman durante el transcurso del film. El recurso más bien utilizado es la steadycam, ya sea en las escenas de danza o en escenas donde el director belga utiliza el movimiento brusco de cámara para mostrar situaciones y sentimientos intensos. También los planos detalle que remarcan la concepción intimista de la obra parecen estar acertados, pese a la incomodidad que provoquen muchos.

De hecho, la explicitud que contiene el relato en su conjunto, y algunos planos en concreto, remarca el sentido realista de la cinta y la voluntad de Dhont de elaborar un retrato duro y sin compasiones. El film no aspira a complacer a su espectador, más bien a hacerlo sufrir con la misma dureza de la que su protagonista es víctima. No estamos delante de un largometraje con un realismo light, más bien se está siendo testigo de una realidad sin tabúes.

En cambio, la relación de los personajes secundarios con la protagonista y con la misma trama sí que puede parecer algo confusa. Sólo la figura del padre de Lara (Arieh Worthalter) parece ser objeto de una importancia in crescendo. En el primer tramo del film, guarda una posición secundaria que no abandona hasta el desenlace, aunque su papel siga siendo de mero testigo de un inevitable proceso de lucha e inconformidad.

Esta lucha de Lara que tanto venimos remarcando se produce en varios frentes, y la complejidad de esta es quizás uno de los puntos fuertes del film. La primera lucha es a un nivel más social, el de la aceptación de su condición de transexual, no a nivel familiar como sí que escenifican otros films, más bien al nivel de su entorno escolar. También existe una lucha de superación en la danza, una disciplina que dado al hecho de haberla empezado a practicar en una edad relativamente avanzada, no consigue dominar pese su esfuerzo y obsesión. El tercer frente de Lara es el más remarcado y complejo, que es el que libra con su propio cuerpo y aspecto. Es quizás el punto más sensible e íntimo de la cinta, a la vez de la clave para que ésta goce de una profundidad mayúscula.

Todos los aspectos anteriores terminan el film sin resolverse, ya que parece que Dhont entiende el proceso de la protagonista como algo longevo y complejo, incapaz de ser resueltos en casi dos horas de metraje. La comprensión que el director muestra con su personaje es quizás el factor que permite el buen encaje de todas las piezas, pero cabría retraer a la obra la falta de un punto de conmoción y sentimiento, que son negados por la obstinación por la sutileza y la explicitud, persistentes durante toda la obra sin dejar lugar a otro tipo de sensaciones.

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