[A raíz del confinamiento dictado por las autoridades en motivo de la pandemia de Covid-19, los críticos Jaime Lapaz y Ferran Calvet realizan una serie epistolar diaria en la que intercambian algunas de sus inquietudes cinéfilas y se proponen mutuamente visionados de películas pendientes.]
Sabadell, a 11 de mayo de 2020
Querido Ferran,
Efectivamente, ha sido un último día de festival bastante raro. En vez de exprimirlo a tope, como suelo intentar hacer en los presenciales, la verdad es que me relajé muchísimo y terminé viendo una sola película, Ghost Tropic, de Bas Devos. Doy por hecho que mi agotamiento personal en esta décima jornada se debe a que ver las películas fuera de una sala de cine se hace mucho más complicado. El nivel de esfuerzo que requiere es mucho mayor —y por eso me saturé un poco—. Una vez más, cabe agradecer tanto al propio D’A Film Festival como a Filmin su empeño en tirar adelante esta edición y darnos algo de vida durante estos diez días encerrados. Aprovecho esta última carta para reivindicar una de mis películas del festival, que añado a las tres que te nombré hace poco: My Mexican Bretzel, Roubaix, une lumière y Violeta no coge el ascensor.
En una de tus primeras cartas/crónicas del D’A, diseccionabas muy bien la película de Kiyoshi Kurosawa, To the Ends of the Earth. Hablaste del choque cultural que presentaba la película y del enfoque prácticamente paternalista con el que abordamos las culturas ajenas. También exploraste el personaje protagonista y su lucha frente a la soledad y frente a las condiciones de rodaje casi extremas con las que se enfrentaba su trabajo. Finalmente, concluiste que el relato era insatisfactorio porque no abordaba los planteamientos con la suficiente profundidad. Con eso último no podría estar más en desacuerdo. Para mí, To the Ends of the Earth es una de las mejores películas del festival porque plantea una crítica social desde un enfoque totalmente humanista y honesto. El retrato de la malicia que hay en el mundo, sobre todo en sus primeros dos actos —en que se presentan situaciones de autoritarismo, machismo, sensacionalismo y elitismo—, siempre se mueve en la ambivalencia. La protagonista transita a saltitos unos lugares que le aterran desde el desconocimiento, pero trata de aproximarse a ellos con curiosidad. En ese sentido, su torpeza —y la de los personajes que le rodean— desplaza cualquier posible sensación de maniqueo.
Cuando vi To the Ends of the Earth pensé mucho en El viatge de la Marta (Staff Only), de Neús Ballús. Aquella película también estaba protagonizada por una chica joven que se veía atrapada en un país y en una cultura tanto desconocida como desconcertante. Marta quería salir a toda costa de ese viaje turístico que le imponían su padre y el resort en que se hospedaba. Yoko también desea trascender el reportaje simplista à la Callejeros Viajeros. Marta se lanzaba a las calles de Senegal con más ingenuidad que con miedo. Yoko se aproxima más a esa sensación de terror a lo desconocido. Pero los resultados de ambas incursiones nunca son todo lo favorables y acertados que las protagonistas hubieran querido. Lo brillante de ambas propuestas en que no plantean soluciones políticas concretas a cómo tiene que ser nuestra relación con el turismo no occidental —con nuestro particular fin de la Tierra—, sino que exploran y llegan a la raíz de los problemas.
La película de Kurosawa, además, adereza el relato y su crítica social de forma agradable, con momentos que se acercan al patetismo —ese humilde parque de atracciones—, pero también con escenas de un cierto toque fantástico —la búsqueda animales legendarios uzbekos, la liberación de una cabra—, y que sintetizan muy bien ese giro luminoso que hay en la película. Kurosawa plantea ese recorrido con naturalidad, muy atento a la relación de los personajes con el entorno; si bien, cuando se dirige a definir el carácter de sus protagonistas, también transmite una serenidad emocionante. Tanto el traductor uzbeko-japonés como el documentalista personifican la dignidad y el peso del arte en la conformación del carácter humano. Kurosawa sintetiza esa vocación en un solo diálogo. Pero para explicar a la protagonista, interpretada por una brillante Atsuko Maeda, el cineasta recurre al musical. El arco dramático del personaje queda definido por una canción romántica que solo aparece dos veces, pero con un peso trágico magistralmente definido, y que, como tú decías en tu texto sobre la película, explica cómo la mayor de las soledades —cuando uno está rodeado de gente, pero aun así se siente solo— se puede resolver con una llamada de teléfono. El traductor uzbeko-japonés dice que su inspiración para dedicar su vida a lo nipón fue la “amabilidad, la entrega y la perseverancia” con la que el pueblo japonés afrontó la pérdida del Imperio. Kurosawa aboga por esos valores morales a la hora de disponernos a conocer el mundo.
Como tú, Ferran, considero que no hay mejor cierre posible para nuestra correspondencia cinéfila que finalizando la cobertura del D’A Film Festival. Más de la mitad de nuestras cartas han ido por libre, escogiendo películas de cualquier época y género que de algún modo nos habían alegrado en su momento, y que hemos decidido recomendar al otro. Sin duda, ha sido una gran forma de conocernos mejor, pero también de agudizar nuestra mirada crítica y analítica. Al tener que escribir de la película que nos recomendábamos, siempre debíamos estar a la altura del otro. Creo muy sinceramente que lo hemos estado. He aprendido mucho de tus comentarios, y, además, en realidad nos lo hemos pasado muy bien —no solo por las bromas que alguna vez nos permitimos colocar en los textos—. Te agradezco de corazón tu disposición a tirar para adelante esa idea loca que tuve de iniciar una correspondencia cinéfila en plena cuarentena.
Ahora llega esa especie de playoff entre provincias. A ver quién queda nominado, a ver quién pasa de fase, a ver quién se toma la primera caña en la terraza de un bar… A ver quién llega primero a la “nueva normalidad”. Entre tanto, supongo que ambos relajaremos algo más nuestra cinefilia. Aunque no dudo de que seguiremos viendo películas a todas horas, ya no tendremos la presión de tener que escribir de todas ellas. La fecha de reapertura de las salas —nuestro particular lugar de culto— está prevista para el 27 de junio, con el estreno de Cinema Paradiso. Ojalá fuese ya 27 de junio. Parece una eternidad, pero supongo que cada día estamos más cerca. Nadie sabe cómo será la “nueva normalidad”, ni siquiera si la gente, harta de estar encerrada en casa dos meses, querrá confinarse durante noventa minutos en una sala a oscuras para ver una película. Pero para mí, esta experiencia del estado de alarma ha dado aún más valor al poder ir al cine. He comprobado que es muy difícil alcanzar la magia de evadirse por completo e introducirse en un relato desde el sofá de casa, con la tentación de mirar el móvil, de ir a la cocina a por algo, de que alguien te interrumpa… Bueno, ya hablamos de eso en algunas cartas. Además, ya sabes que ahora mismo, la sala de cine también es mi trabajo —a no ser que mi ERTE se convierta en un “ya no quiero vERTE”—. Por mucho que no pueda imaginarme ver programada en nuestro cine La Flor o cualquier película del D’A, me conformaría con poder acabar mi turno y meterme a ver una comedia de instituto. Si puede estar protagonizada por Ben Affleck, mejor que mejor.
Como dice Bad Bunny en el disco que sacó ayer por la noche, “yo tengo fe de que vendrán días mejores”.
Un fuerte abrazo y gracias,
Jaime