‘Carmen y Lola’: El relato de la libertad

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Cantaba Rosalía en la pasada gala de los premios Goya “si me das a elegir entre tu y mis ideas, …, ay amor, me quedo contigo”, canción versionada de Los Chunguitos que bien podría valer como premisa de esta película. | Por Elena Ramos

Por Elena Ramos

Cantaba Rosalía en la pasada gala de los premios Goya “si me das a elegir entre tu y mis ideas, …, ay amor, me quedo contigo”, canción versionada de Los Chunguitos que bien podría valer como premisa de esta película.

Porque Carmen y Lola, film de la debutante Arantxa Echevarría y ganadora del premio a mejor dirección novel, es ante todo una historia de amor. De ese tipo de amor clásico, el prohibido, el amor rodeado de tormentos y pesares. Sí, son gitanas y lesbianas pero ¿es ese el contexto o el centro de la historia? Ha surgido mucha polémica sobre este tema pero si hay algo también digno de mención es su valor y su verdad. Y de eso bien podemos decir que está cargada.

En un entorno de estética complicada como lo es el asfalto del paisaje urbano, los descampados de mercadillo y las barriadas, dos chicas adolescentes descubren el amor.  Un amor desconocido para ellas, puro, sencillo, de ese que hace equipo y une almas. Son dos mujeres a las que no les queda otra que ser valientes y salir de un entorno en el que es obligado “pintarse el morro y ronear” para conseguir un marido. Los tacones, los vestidos siempre ajustados, el maquillaje formando parte de su uniforme de esclava con el único fin de casarse y tener hijos, borrarse de la vida para servir a otro. Hay que cumplir con la tradición pero ellas con quien quieren cumplir es con la libertad. Quieren ser dueñas de una relación donde el único compromiso que las ata es un paquete de tabaco, que además deben llevar en secreto, como su amor prohibido.

No nos descubre nada nuevo: una trama clásica que bebe de Romeo y Julieta, un simbolismo visto y requetevisto que retrata la libertad a través de pájaros y mar, un entorno en el que prima la represión de la mujer, pero con todo y eso funciona.

Posiblemente sea el clímax su único punto débil, algo excesivo aunque justificado, casi rozando el melodrama. Solo entonces uno se hace consciente de que está viendo una película con actores no profesionales.

A pesar de ello es admirable lo que ha logrado la autora: una dirección sin pretensiones, sin la necesidad de remarcar su presencia en el film. La modestia de quien tiene un mensaje fuerte y claro y ese mensaje es lo que de verdad importa. Hubiera sido fácil caer en la vulgaridad o la superficialidad pero no lo hace. Logra alejarnos de esos pendientes excesivamente brillantes, de las latas por el suelo y la basura a la vista para abrirnos una ventanita secreta por la que nos invita a mirar. La verdad visual acompañada por una gran dirección de actores porque Carmen (Rosy Rodríguez) y Lola (Zaira Morales) no son actrices pero sus miradas hablan tanto o más que sus diálogos. Y eso solo es gracias al gran trabajo que ha conseguido Arantxa Echevarría a base de hablar, entender y congeniar con su equipo. Para probarlo solo hay que ver las entrevistas y admirar el nivel de conexión al que han llegado actrices y directora.

No cabe duda de que asistimos a una época en la que el cine está más próximo al documental que nunca, donde el relato es testigo de las realidades del hoy. Y en esta realidad hay muchas Carmenes y Lolas (esperemos que no tantas) que sueñan con irse un día al mar y olvidarse de todo lo que las oprime.

El mar es libertad, ya lo sabemos, lo hemos visto mil veces. Hemos visto personajes antes salir corriendo hacia él, alejarse de nosotros para vivir libres. Carmen y Lola también corren hacia el mar, como tantos otros antes y como deben hacer, como diciéndose que por fin, que cuando funda a negro la pantalla y nosotros ya no las veamos, ellas seguirán pensando que “ay amor, yo me quedo contigo”.

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