‘À l’abordage’: La desmitificación del verano

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En À l’abordage, continuación natural de la película que la precede, Brac deja de lado el género documental y escoge la ficción para volver a situarse en estos espacios comunes vacacionales. | Por Ferran Calvet

Por Ferran Calvet (Festival de Berlín)

Una de las sorpresas, como mínimo a nivel personal, del pasado verano, fue el descubrimiento del que significaba el tercer largometraje del cineasta francés Guillaume Brac, La isla del tesoro, en el marco del Atlàntida Film Fest. En esta película, que la mismísima Cahiers du cinema incluyó en su top 10 del 2018 –compartiendo lista con Phantom thread, Burning o The house that Jack built–, Brac realiza un documental a partir de diferentes situaciones que se llevan a cabo en un parque acuático de las afueras de París, convirtiéndose de esta forma en un potente relato de clase a partir de la estereotipación de sus personajes y la desmitificación de los espacios de ocio comunes.

En À l’abordage, continuación natural de la película que la precede, Brac deja de lado el género documental y escoge la ficción para volver a situarse en estos espacios comunes vacacionales, marcados por su artificialidad natural y su tendencia a evidenciar una fractura de clase que se manifiesta, especialmente, en estos parajes.

Siguiendo con las líneas trazadas en trabajos anteriores, el autor nos presenta dos colegas de color que se disponen a realizar 600 km para que uno de ellos haga una sorpresa a una chica –blanca– que acaba de conocer en París y que se encuentra veraneando con su familia por la zona de Aquitania. En el viaje, realizado a través de una compañía del estilo de BlaBlacar, el conductor resulta ser un curioso chico blanco que responde al estereotipo de niño de mamá, una condición que choca frontalmente con la de los dos protagonistas.

En La isla del tesoro, Brac ya dejó claro que lo que le interesan no son los personajes, sino las historias que estos pueden desempeñar. Por este motivo, el director no se casaba con nada, sino que iba cambiando su foco de atención al ritmo de sus intereses. En la ficción, Brac se desenvuelve de forma similar. La figura que en un principio parece que va a funcionar como eje de la historia, no tiene un protagonismo descomedido, aspecto que permite que la cinta no resulte en ningún momento redundante. Por el contrario, abre las puertas a profundizar en  personajes que en un guion poco cuidado quedarían, quizás, en un anecdótico segundo plano.

Es lo que pasa, principalmente, en la figura del chico que acompaña al enamorado aventurero, Chérif. Su apertura nos permite conocer su personalidad y despojarnos de su estereotipo normativo, siendo de los detalles más relevantes y sensibles de la cinta. Al contrario de lo que cabría esperar de un chico de extrarradio parisino, Chérif no basa sus relaciones efectivas en el contacto físico –como sí hace su compañero– sino que las fundamenta en la empatía, el respeto, y sobre todo en la manifestación de un orgullo que no está dispuesto a perder por nada en el mundo.

El tercero en discordia, este chico blanco y diminuto que conduce a los dos amigos hasta el camping, más que abrirse, evoluciona. Brac es capaz de convertir un personaje ridículo, como se encarga de remarcar en algunos momentos –o momentazos–, en un carácter que da un paso adelante y deja atrás el patetismo que carga consigo en los primeros compases de la película. La desgracia deja de ser hilarante cuando hay actitud de despojarse de esta de forma justa, y la burla se convierte en empatía.

Son estos los detalles que cargan de significado y hasta de magia una película que más que regodearse en los infortunios de sus personajes a partir de situaciones y gags hilarantes, tiende a humanizar unos comportamientos que estos han heredado en sus contextos socioculturales.

De forma paralela al desarrollo de estos personajes, Brac invita a una reflexión sobre la fractura de clases en los espacios comunes. La intención del director es que el retrato no solo sea válido para radiografiar el ambiente de este veraniego paraje fluvial, sino que sea extensible a la sociedad francesa e incluso europeo-occidental.

En la escena más simbólica de la cinta, Félix, el chico que va detrás de su amada, Alma, acompaña a esta hasta su casa de veraneo. Ella no quiere que sus padres la vean con él y le pide que se vaya antes de llegar. Si no conociéramos a Guillaume Brac pensaríamos que ella no quiere que le vean con un chico negro. La razón, pero, es que la chica no quiere que sus padres la vean con un chico que no pernocta en su segunda residencia, sino en el camping. Para Brac, que el chico sea negro nos hace intuir su estatus, pero su condena viene por su verdadera condición social, no racial. Es por esto que Félix solo conseguirá la atención de la chica que desea cuando demuestre control y adaptación en ciertas situaciones.

Si en el más que citado anterior trabajo del autor, La isla del tesoro, este nos mostraba un lugar monopolizado por la clase media-baja parisina, en esta ocasión el interés recae en la convivencia del esnobismo exacerbado con la modestia de la clase media-baja trabajadora. En este choque es cuando Brac parece disfrutar más de su propia historia, manipulando, conscientemente, la visión que desea que el espectador tenga de cada personaje y, por lo tanto, de cada estatus. Los sentimientos que afloran en el cine de Brac no son naturales, son forzados por el propio autor a través de sublimaciones y emociones incrustadas en el fondo de la historia.

Es aquí donde se encuentra el punto fuerte e interesante del cine del autor francés; en el posicionamiento claro y nada impostado, al margen de lo políticamente correcto o de la tibieza insulsa que recubre algunos relatos de esa índole.

No ceder ante el humor burlesco, sino utilizarlo como objeto de redención. No soltar a sus personajes al patio de los leones del patetismo y la estereotipación. Recoser los caracteres a partir de una dignidad que, en el fondo, nunca se había perdido, sino dejado de costado. El cine de Guillaume Brac es esto, aire fresco, compromiso y buenrollismo para nada empastelado. Una visión lúcida de la clase trabajadora, más sanadora que auto inculpatoria.

 

 

 

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